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lunes, agosto 26, 2013

Cita en Bilbao: La legitimidad de la UE a examen

El 2 y 3 de septiembre el Bizkaia Aretoa (Paraninfo de Bizkaia) acogerá la celebración del congreso internacional “Europa después de la crisis del euro: legitimidad, democracia y justicia”, organizado por el Instituto de Gobernanza Democrática ‘Globernance’. Para los estudiosos de la comunicación política europea resulta de particular interés la presencia de dos académicos de renombre:

  • Kalypso Nicolaidis, directora del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford. Nicolaidis ha acuñado el término “demoicracy” para referirse a la pluralidad de demoi en una democracia europea. Un concepto que la politóloga Chantal Mouffe reconoce como intelectualmente atractivo.
  • Philippe C. Schmitter, profesor del Instituto de Estudios Europeos de Florencia. Schmitter ha sido durante décadas una referencia insoslayable para el estudio de la Unión Europea, primero como máximo exégeta del neo-funcionalismo (la teoría que explica la integración tecnocrática y paulatina de Europa) y luego como uno de los comentaristas más cualificados del llamado “déficit democrático” de la UE.

Oficiará como maestro de ceremonias el reconocido académico Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política y social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática.

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martes, mayo 01, 2012

Deconstruyendo a Cristina: Populismo contra democracia liberal

“Había legalidad, pero no había legitimidad”, dijo la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, para justificar la expropiación de la petrolera YPF. Nadie ha logrado resumir en tan pocas palabras el populismo como hipertrofia de la democracia, y nadie ha conseguido cerciorarnos tanto de que Argentina puede ser una democracia, pero no una democracia liberal, en la que el principio mayoritario se contrapesa con la separación de poderes, la independencia judicial y el respeto al pluralismo político y a las minorías. Con inusitada oportunidad, la revista Letras Libres publica en su número de abril un dossier sobre el populismo, en el que se recogen tres de las ponencias presentadas durante un seminario celebrado el pasado mes de febrero en la Universidad de Princeton bajo la coordinación del profesor Jan-Werner Müller: “En torno al populismo”, por Enrique Krauze; “Reflexiones sobre un concepto y su uso”, por Cas Mudde; y “Sobre la distinción entre democracia y populismo”, por John P. McCormick. Permítasenos destacar la explicación de Cas Mudde sobre el populismo como hipertrofia de la democracia (y como reacción contra la democracia liberal):

“Teóricamente, el populismo no es antidemocrático; acepta la soberanía popular y el gobierno de la mayoría. Es, sin embargo, contrario a la democracia liberal: el hecho de que muchos autores empleen la palabra democracia para hablar de la democracia liberal puede explicar el predominio de las evaluaciones negativas del populismo. El populismo es esencialmente contrario a la democracia liberal porque se opone al principio del pluralismo y a la práctica de la concesión. Es una ideología monista, que considera “el pueblo” y “la élite” algo homogéneo y carente de divisiones. Por eso, se opone fundamentalmente al pluralismo y percibe los derechos de las minorías como “intereses especiales” de “la élite” que (en un mundo que funciona como un juego de suma cero) se imponen a expensas del “pueblo”. Por eso, también rechaza la política de la concesión: cree que existe una voluntad general de (todo) el pueblo, y defiende que la política puede y debería beneficiar a todo el pueblo. Además, como se basa esencialmente en una divisoria moral, dentro del populismo las concesiones significan que “los puros” son manchados por “los corruptos”, lo que produce la corrupción de “los puros”.

En la práctica, los populistas han fortalecido el sistema democrático en su país (como Morales en Bolivia) y también lo han destruido (como Fujimori en Perú). En línea con la relación teórica, los populistas tienden a apoyar y fortalecer aspectos de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría: por ejemplo incluyendo a grupos previamente excluidos o marginalizados y apoyando o empleando instrumentos políticos plebiscitarios como referendos o iniciativas populares. Al mismo tiempo, tienden a tener dificultades a la hora de proteger a las minorías o de crear contrapesos a los poderes del ejecutivo: se acusa a esos contrapesos de socavar la voluntad de la mayoría (o “voluntad general”). Desde Berlusconi en Italia hasta Chávez en Venezuela, los populistas han atacado los tribunales cada vez que estos se oponían a sus medidas, reprochándoles ser voces de una élite corrupta y opuesta a la vox populi (la voz del pueblo): es decir, a los populistas. Pero, aunque pueden impulsar una extrema forma de gobierno de la mayoría organizado en torno a un ejecutivo dominante, pocas veces han buscado el fin de la democracia como tal (es decir, de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría).”

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miércoles, febrero 02, 2011

¿Democracia? No, gracias



Hace un par de años, durante un curso de verano, conocí a un joven político que trabajaba para una fundación europea en Oriente Próximo. Aunque entre los objetivos de dicha fundación figuraba el promover la paz y los valores democráticos, el joven diplomático me sorprendió con un comentario que, años más tarde, he llegado a compartir: “Lo último que necesita Jordania es un gobierno democrático. Con la democracia, los islamistas más radicales tomarían el poder y la estabilidad del país y de toda la región correrían peligro.”

Allí donde la democracia no se atenúa con el liberalismo (protección del individuo y de las minorías, separación de poderes, libertad religiosa, carta constitucional, propiedad privada...), el régimen resultante puede ser un infierno para la minoría perdedora. El factor religioso también cuenta. Según el filósofo político Pierre Manent, la correlación entre sociedades cristianas y demócrata-liberales no es una coincidencia: el Cristianismo, al contrario que el Islam, presupone una separación entre el reino de Dios y el de los hombres. El reino de Cristo, en efecto, no es de este mundo. El Islam, sin embargo, diluye la distinción entre ley civil y ley religiosa. Para Manent la forma política típica del Cristianismo es el estado-nación, mientras que la forma política del Islam es el imperio.

Sin el mandato despótico de un dictador como Mubarak, o sin el frágil equilibrio entre sectas religiosas que se observa en el Líbano, la democracia pura y dura pondría en el poder a los más radicales (los Hermanos Musulmanes e Hizbulá, respectivamente). Lo que, una vez más, pone de relieve los temas tabú avanzados por el controvertido politólogo Carl Schmitt, que veía la democracia como un régimen basado en la homogeneidad. El liberalismo nos ha permitido vivir en sociedades democráticas étnicamente heterogéneas, pero está por ver si un gobierno mayoritario que propugne la conflación entre ley civil y religiosa sea capaz de respetar a las minorías no creyentes, o a las seguidoras de otros credos.

Disquisiciones de teoría política aparte, lo que realmente ha atraído la atención de los expertos en comunicación política es el papel de los nuevos medios en las revoluciones de Túnez y Egipto, tanto por su uso dentro de los respectivos países como por su presunto efecto de bola de nieve en todo Oriente Próximo. Curiosamente, han coincido en el mercado dos libros que, hasta cierto punto, se contradicen. El primero, más proclive a juzgar Internet como una vía de liberación democrática, se debe a Philip N. Howard: The digital origins of democracy: Information technology and political Islam (Oxford, 2010). El segundo, titulado The net delusion: The dark side of Internet freedom (PublicAffairs, 2011) y escrito por Evgeny Morozov, sostiene que la red se ha convertido en un instrumento al servicio de los regímenes autoritarios, capaces ahora de reprimir y vigilar con más eficacia a la sociedad civil.

Una lectura pausada de estos volúmenes ofrecerá sin duda una visión más ponderada sobre el verdadero papel de las nuevas tecnologías en la presunta ola democratizadora de Oriente Próximo.

Enlaces recomendados:


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domingo, septiembre 16, 2007

Periodismo y democracia representativa: Jornada internacional en Oporto

La relación entre democracia representativa y periodismo será el tema central de las III Jornadas Internacionales de Periodismo de la Universidad Fernando Pessoa, a celebrar en Oporto (Portugal) el 14 de marzo de 2008. Todd Gitlin, profesor de la Universidad de Columbia, autor del clásico estudio The whole world is watching y uno de los referentes intelectuales de la izquierda norteamericana, será el ponente principal en la conferencia de apertura.

Además de las comunicaciones plenarias a cargo de prestigiosos profesores e investigadores de ámbito internacional, el congreso dará cabida a 32 comunicaciones de tema libre. La fecha límite para el envío de propuestas es el 25 de enero de 2008. Las actas de las jornadas se publicarán en formato digital
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Más información en la web del simposio.


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martes, marzo 20, 2007

Una pregunta para el presidente

Televisión Española comenzará el próximo martes 27 de marzo las emisiones de “Tengo una pregunta para usted”, un programa en el que cien ciudadanos representativos del total de la población del país interrogarán, en programas consecutivos, al presidente del Gobierno, el socialista José Luís Rodríguez Zapatero, y al líder de la oposición, el conservador Mariano Rajoy. Directamente importado de Francia, la versión española de “Question à vous poser” intentará imitar el éxito del original galo, que ha disfrutado de audiencias millonarias (alrededor de 8 millones de personas) en las entrevistas a Sarkozy y Royal.

El formato cuenta con una gran tradición en Estados Unidos, donde llegó a ser una de las marcas distintivas del llamado periodismo cívico (civic/public journalism), movimiento que durante los años 90 intentó reformar el periodismo norteamericano poniendo en práctica los ideales de la democracia deliberativa o conversacional. El más insigne de todos aquellos experimentos (y que, hasta donde tengo conocimiento, sigue a día de hoy en marcha) es “We the People”, una coalición de medios locales en el estado de Wisconsin (incluyendo prensa, radio, televisión e Internet) que celebra “town hall meetings” en los que ciudadanos entrevistan a candidatos. El programa empezó con una entrevista a los candidatos demócratas en las primarias presidenciales de 1992 (Bill Clinton y Jerry Brown), y desde entonces los foros ciudadanos se han repetido en los siguientes ciclos electorales, sean éstos locales, estatales, o nacionales. También se han celebrado foros para discutir temas de interés local, como educación, política energética y crecimiento urbano.

Los foros televisados también se han aplicado a temas de índole internacional. “By the People”, retransmitido por las estaciones de la televisión pública norteamericana, ha abordado asuntos de política exterior en tiempos recientes.

La cuestión fundamental en este tipo de programas es: ¿Son los ciudadanos participantes realmente representativos del total de la población? Tanto en los casos norteamericanos como europeos, las empresas periodísticas han solicitado la ayuda de compañías de investigación social para seleccionar la muestra de participantes. Televisión Española cuenta con la ayuda de la multinacional TNS Sofres, mientras que en Estados Unidos ha sido la Universidad de Stanford y su Centro para la Democracia Deliberativa la que ha patentado el método de la encuesta deliberativa (deliberative polling).

Los participantes en “Tengo una pregunta para usted” estarán afectados por importantes sesgos que conviene destacar para analizar críticamente el publicitado rigor sociológico del programa. Aunque la muestra final consiga reunir a gentes que respondan con cierta fidelidad a la variedad ideológica, económica y social de España, los seleccionados serán personas que tienen el suficiente tiempo y las suficientes ganas de viajar hasta Madrid (aunque el trayecto les salga gratis o, mejor dicho, a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado). Quienes acepten ir saben que irán a un programa de televisión de cobertura nacional, por lo que se supone que habrán de confiar en sus habilidades para hablar en público (y para una audiencia potencialmente millonaria). Además, saben que interrogarán al presidente del Gobierno o al líder de la oposición, por lo que se les supone cierto interés en asuntos públicos, quizá un interés superior a la media. El programa se enfrenta, pues, a dos clases de sesgos: el primero es común a cualquier grupo de discusión (por más que se gratifique su participación, los sujetos han de tener tiempo y confianza en sus habilidades verbales); el segundo es propio de la naturaleza mediática del evento: los participantes se dirigirán al presidente, con los micrófonos y los focos apuntándoles. No es un momento para tímidos. La diferencia entre este foro y la participación electoral convencional es que los tímidos, y los que por cualquier razón temen o no desean hacer públicas sus opiniones, sí pueden hacer oír su voz a través de las urnas. Por esta razón sólo los votos emitidos en secreto son verdaderamente democráticos.

Comparados con los programas basados en el “deliberative polling” de James Fishkin, “Tengo una pregunta para usted” presenta otras desventajas. El sistema de la Universidad de Stanford ofrece “briefings” con todos los puntos de vista sobre los temas a tratar, de manera que la discusión tiende a ser algo más informada que aquella que se inicia sin previa fase educativa. Y los participantes debaten entre sí además de hacer preguntas a cargos públicos.

En cualquier caso, por más medidas que se tomen para garantizar la representatividad de los grupos y minimizar su artificialidad, el carácter social e interactivo de los mismos presenta otro riesgo: El silenciamiento de las opiniones políticamente incorrectas. Los estudiosos de la comunicación conocen bien la clásica teoría de la espiral de silencio de Elisabeth Noelle-Neumann. Pero más reciente y menos conocida es “la ley de polarización grupal” de Cass N. Sunstein. Este profesor de la Universidad de Chicago sostiene que aquellos grupos cuya mayoría de integrantes comparten la misma opinión sobre un determinado tema, acabarán por radicalizar sus visiones después de un cierto periodo de discusión.

Según la información del diario El Mundo, “Tengo una pregunta para usted” reunirá a una muestra representativa de las orientaciones ideológicas de los españoles, por lo que se supone que el efecto de polarización será atenuado. Es más, será saludable ver en un sólo plató, por ejemplo, a partidarios de la unidad nacional del Estado y a defensores su carácter multinacional. No obstante, la naturaleza mediática del programa primará seguramente la presencia de los ciudadanos más activistas. Algo no necesariamente malo para el propio medio televisivo, que necesita de tensión y emoción.

Con todas las limitaciones apuntadas, este intento de publicitar el discurso ciudadano tiene la virtud de, potencialmente, introducir temas en la agenda pública que habitualmente pasarían desapercibidos en la relación -por veces incestuosa- entre periodistas y políticos. No obstante, esta tendencia al populismo televisivo jamás debería relegar a un segundo plano el tradicional buen periodismo. Bajo la pátina de “dejar hablar al ciudadano”, la televisión podría convertirse, de llegarse al extremo denunciado por los críticos del periodismo cívico, en un foro para gente desocupada y poco informada, fácilmente encandilable por los recursos retóricos del candidato.

Pero bienvenido sea el programa, siquiera para abrir nuevas reflexiones sobre el periodismo, la política y la democracia. ¿Acabaremos convencidos de la sabiduría del ciudadano medio? ¿O lamentando su ignorancia, como hace Bryan Caplan, profesor de la conservadora George Mason University en su provocador libro The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies? Como decía el título de uno de estos programas deliberativos, “You be the judge.”

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