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sábado, diciembre 15, 2018

Gil Calvo: es la era del ‘malismo’

Máriam Martínez Bascuñán y Enrique Gil Calvo, durante la presentación del libro en la librería Pasajes, en Madrid

Tomando como inspiración una viñeta de El Roto, el sociólogo Enrique Gil Calvo advierte que estamos en la era del ‘malismo’: “haciéndote el malo, como Trump, acaparas la atención”. Atrás quedó el ‘buenismo’ de Obama o Zapatero. Cuando se trata de ganar visibilidad, “los malistas se imponen porque su mensaje es más impresionante, mete más miedo”, admite. El precio a pagar es caro: se cruzan líneas rojas, se rompen los consensos… pero la escalada disruptiva ha de tener un límite, bien en la violencia (la disrupción máxima) o en la redundancia, en el aburrimiento que produce la repetición del mismo mensaje.

Hasta que este ciclo de sacudida nacional-populista pase, Gil Calvo recomienda acostumbrarse a vivir en ríos revueltos. El sociólogo ofrecía el 14 de diciembre de 2018 estas reflexiones en la librería Pasajes de Madrid, donde tuvo lugar la presentación de su “ensayo disfrazado de manual” Comunicación política: caja de herramientas (Catarata, 2018), una síntesis de la disciplina a partir de su experiencia como profesor de esta materia durante cinco años en el máster en Liderazgo Democrático de la Universidad Complutense de Madrid.

Para Gil Calvo, la comunicación política trata sobre cómo los actores políticos (líderes, movimientos sociales, partidos) se relacionan con la ciudadanía a través de los medios de comunicación (sean éstos los tradicionales o las nuevas redes sociales). El sociólogo le sigue atribuyendo a los medios un poder central, ya éstos “formatean” el mensaje y “establecen la agenda de problemas públicos esenciales que tiene planteada una comunidad democrática”.

La lucha básica en la comunicación política sería la pelea de los diferentes actores políticos por colocar su problema en los lugares más altos de esa agenda pública que configuran los medios: “el esfuerzo de los actores políticos está centrado en tratar de marcar la agenda, intentar que su problema se encarame a lo más alto de la lista de asuntos públicos”. ¿Cómo se logra eso?, se pregunta retóricamente Gil Calvo, a lo que él mismo responde: “adquiriendo notoriedad, visibilidad mediática”.

Según el sociólogo, Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos no tanto por el contendido de sus propuestas políticas, sino porque monopolizó la atención mediática: cuanto más escandalosas su intervenciones, mayor notoriedad y mayor presencia en la conciencia del público.

La politóloga Máriam Martínez-Bascuñán, moderadora del debate que siguió a la presentación del libro, planteó el dilema de cómo deben actuar los medios frente a fuerzas disruptivas como Vox o los chalecos amarillos franceses. Gil Calvo cree que los malos no son los periodistas, sino los políticos extremistas, ya que son éstos quienes rompen los consensos cuando deberían estar comprometidos con la comunidad política que quieren defender. El sociólogo no ve el futuro inmediato de Francia con buenos ojos: “los chalecos amarillos han castrado a Macron mediante una movilización en enjambre similar a la de nuestro 15-M. Le Pen heredará el poder francés como fruta madura”.

Preguntado por las lecciones que el fenómeno Podemos habría legado a la comunicación política, Gil Calvo considera que la formación liderada por Pablo Iglesias empleó un “mix de métodos” para aprovechar la ventana de oportunidad de la Gran Recesión: “todo estaba listo para una fuerza que quisiera cargarse el sistema tras la crisis”, y así ocurrió en otros países como Grecia (Syriza). Los estrategas de Podemos tuvieron la intuición de que el régimen del 78 estaba ya haciendo aguas y transformaron el “movimiento acéfalo” del 15-M (mientras estaba vivo en la Puerta del Sol, no quería líderes) en un “movimiento caudillista”, en el que Pablo Iglesias se ha ido quedando solo. Un líder que ahora reniega de Venezuela y se ha comprado un chalet en la sierra madrileña. “Ha descolocado totalmente a sus seguidores: es como si Trump se vuelve feminista”, sentenció Gil Calvo en tono jocoso.

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miércoles, junio 13, 2018

Lo literario es político: poder y subyugación femenina en ‘El cuento de la criada’


La distopía patriarcal El cuento de la criada, una novela de Margaret Atwood publicada en 1985 que se ha convertido en exitosa serie de televisión, sirvió como excusa para hablar sobre el poder y la subyugación femenina en un animado debate que reunió en la Casa del Lector el martes 12 de junio de 2018 a la escritora Laura Freixas, la politóloga y articulista Máriam Martínez-Bascuñán y la filósofa y política Clara Serra.

El encuentro, titulado “¿Lo literario es político? Lectoras y lecturas de El cuento de la criada”, hace un homenaje al eslogan feminista de los 60, “lo personal es político”. Preguntada por los orígenes de este lema, Martínez-Bascuñán aclaró que el feminismo vino a cuestionar la distinción entre lo privado y lo público que procede del liberalismo. Dicha división tiene su origen, apuntó la politóloga, en un sesgo de género: “ya Rousseau decía que al tratar de lo público deberíamos dejar de lado lo emocional, identificado con lo femenino”. El feminismo llama repolitizar temas que la tradición liberal consagraba a lo privado. Algo tan personal como la violencia de género, considerada privada y por lo tanto no merecedora de atención por la política, esconde según Martínez-Bascuñán “un desequilibrio de poder” que merece abrirse a la discusión pública.

En la misma línea, Clara Serra observó que el feminismo “impugna la segregación entre lo privado y lo público, entre lo invisible y lo visible, entre lo femenino y lo masculino”. Para Laura Freixas, en la tradición patriarcal “hay tres cosas que pertenecen al hombre y que van unidas: la palabra, el espacio público y el poder”. A las mujeres se las encerraba en casa, mientras los hombres ocupaban en exclusiva el trabajo público, teniéndose como compañeros de faena a ellos mismos. A las mujeres les correspondía la sumisión, el silencio, el ámbito doméstico. De ahí que hasta tiempos recientes se hayan excluido de la discusión pública temas que estaban ahí pero que se silenciaban, como las violaciones o el maltrato.

Según Freixas, “el patriarcado confunde lo humano con lo masculino”. Así, las experiencias típicamente masculinas, como la guerra, merecen una consideración primaria frente a las experiencias tradicionalmente femeninas, como la familia o el cuidado de los dependientes. Para Clara Serra, esta división de tareas se traduce en una “división sexual del trabajo político”, con las mujeres ocupándose de temas como los asuntos sociales, la sanidad, la educación… “asuntos feminizados y, por lo tanto, menores, frente a otros asuntos en manos de los hombres, que tienen más valor social y político”. Además de en la política, esta división se traslada también a la esfera pública de los medios. Cuando se les pregunta a las mujeres sobre los temas que más les preocupan, comenta Serra, responden que son la educación y la sanidad, mientras que los hombres están obsesionados con la secesión de Cataluña.

La condición de víctima de las mujeres, no obstante, no las convierte en intrínsecamente buenas. En El cuento de la criada las tías maltratan a las criadas, las mujeres se convierten en las peores enemigas de sí mismas. Así ocurre en los ritos de mutilación sexual de niñas, donde las mujeres son las ejecutoras. “El feminismo no dice que las mujeres sean buenas”, aclara Serra, sino que viene a acuñar palabras o conceptos para identificar experiencias que se sufrían pero que no nombraban, como el maltrato o el acoso sexual.

El público asistente y las ponentes concluyeron que el final de la novela no es precisamente optimista. En un congreso de académicos, todos hombres, se toma nota del testimonio de la protagonista que relata las miserias del imperio de Gilead. Pero el análisis es frío, distanciado, como si no se hubiera aprendido la lección.

Las distopías como El cuento de la criada, lejos de ser un mero entretenimiento literario, tienen un valor político presente. Nos revelan que lo que no podría pasar puede pasar, o puede que esté ya pasando, en todo o en parte. En nuestras manos está evitar un final como el de la novela.

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