miércoles, junio 13, 2018

Lo literario es político: poder y subyugación femenina en ‘El cuento de la criada’


La distopía patriarcal El cuento de la criada, una novela de Margaret Atwood publicada en 1985 que se ha convertido en exitosa serie de televisión, sirvió como excusa para hablar sobre el poder y la subyugación femenina en un animado debate que reunió en la Casa del Lector el martes 12 de junio de 2018 a la escritora Laura Freixas, la politóloga y articulista Máriam Martínez-Bascuñán y la filósofa y política Clara Serra.

El encuentro, titulado “¿Lo literario es político? Lectoras y lecturas de El cuento de la criada”, hace un homenaje al eslogan feminista de los 60, “lo personal es político”. Preguntada por los orígenes de este lema, Martínez-Bascuñán aclaró que el feminismo vino a cuestionar la distinción entre lo privado y lo público que procede del liberalismo. Dicha división tiene su origen, apuntó la politóloga, en un sesgo de género: “ya Rousseau decía que al tratar de lo público deberíamos dejar de lado lo emocional, identificado con lo femenino”. El feminismo llama repolitizar temas que la tradición liberal consagraba a lo privado. Algo tan personal como la violencia de género, considerada privada y por lo tanto no merecedora de atención por la política, esconde según Martínez-Bascuñán “un desequilibrio de poder” que merece abrirse a la discusión pública.

En la misma línea, Clara Serra observó que el feminismo “impugna la segregación entre lo privado y lo público, entre lo invisible y lo visible, entre lo femenino y lo masculino”. Para Laura Freixas, en la tradición patriarcal “hay tres cosas que pertenecen al hombre y que van unidas: la palabra, el espacio público y el poder”. A las mujeres se las encerraba en casa, mientras los hombres ocupaban en exclusiva el trabajo público, teniéndose como compañeros de faena a ellos mismos. A las mujeres les correspondía la sumisión, el silencio, el ámbito doméstico. De ahí que hasta tiempos recientes se hayan excluido de la discusión pública temas que estaban ahí pero que se silenciaban, como las violaciones o el maltrato.

Según Freixas, “el patriarcado confunde lo humano con lo masculino”. Así, las experiencias típicamente masculinas, como la guerra, merecen una consideración primaria frente a las experiencias tradicionalmente femeninas, como la familia o el cuidado de los dependientes. Para Clara Serra, esta división de tareas se traduce en una “división sexual del trabajo político”, con las mujeres ocupándose de temas como los asuntos sociales, la sanidad, la educación… “asuntos feminizados y, por lo tanto, menores, frente a otros asuntos en manos de los hombres, que tienen más valor social y político”. Además de en la política, esta división se traslada también a la esfera pública de los medios. Cuando se les pregunta a las mujeres sobre los temas que más les preocupan, comenta Serra, responden que son la educación y la sanidad, mientras que los hombres están obsesionados con la secesión de Cataluña.

La condición de víctima de las mujeres, no obstante, no las convierte en intrínsecamente buenas. En El cuento de la criada las tías maltratan a las criadas, las mujeres se convierten en las peores enemigas de sí mismas. Así ocurre en los ritos de mutilación sexual de niñas, donde las mujeres son las ejecutoras. “El feminismo no dice que las mujeres sean buenas”, aclara Serra, sino que viene a acuñar palabras o conceptos para identificar experiencias que se sufrían pero que no nombraban, como el maltrato o el acoso sexual.

El público asistente y las ponentes concluyeron que el final de la novela no es precisamente optimista. En un congreso de académicos, todos hombres, se toma nota del testimonio de la protagonista que relata las miserias del imperio de Gilead. Pero el análisis es frío, distanciado, como si no se hubiera aprendido la lección.

Las distopías como El cuento de la criada, lejos de ser un mero entretenimiento literario, tienen un valor político presente. Nos revelan que lo que no podría pasar puede pasar, o puede que esté ya pasando, en todo o en parte. En nuestras manos está evitar un final como el de la novela.

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