martes, agosto 19, 2008

Tambores de (ciber)guerra

Es posible que el ordenador de este corresponsal o el del amable lector participe algún día en una ciberguerra. No, no hace falta que declare su inocencia, ya que tanto usted como yo lo haríamos contra nuestra voluntad y, muy probablemente, sin ser conscientes de ello. Pero nuestros ordenadores no son muy diferentes a los cientos, quizá miles, de computadoras que participaron en la caída virtual del gobierno georgiano hace unos días. Mientras el ejército ruso se adentraba en Osetia del Sur, una armada de ordenadores-zombies reclutados por todo el mundo (formando lo que se conoce técnicamente como botnets, o redes robot) dirigían continuas consultas a las webs georgianas, que se colapsaban incapaces de atender a tantas visitas. Fue lo que en la jerga informática se denomina un ataque DDoS (Distributed Denial of Service). Estos ciberataques precedieron en semanas a las incursiones reales en territorio georgiano, por lo que se podrían concebir como los tambores de guerra del siglo XXI. O como nuevas formas de propaganda.

Internet es en esencia un sitema descentralizado, así que no resulta fácil atribuir culpas. Es más, algunos de estos ataques provenían de servidores zombies situados en Estados Unidos, el gran padrino de Georgia. Al igual que ocurre con el terrorismo, en los ciberataques la mano del Estado se confunde con la de las mafias, o incluso con la de individuos que podrían actuar por su cuenta y riesgo. Qué gran ironía. Supuestamente nacida para sobrevivir un ataque militar, Internet es ahora el quebradero de cabeza de los grandes generales.

En mayo del año pasado, el desalojo de una estatua en honor al soldado soviético en pleno centro de Tallín, la capital de Estonia, hirió el orgullo de los hackers pro-rusos. Estonia, uno de los países más avanzados del mundo en la aplicación de internet para todo tipo de trámites burocráticos y cuna del popular servicio de llamadas Skype, vio cómo el país entero se paralizaba ante una serie de ciberataques que pusieron en guardia a la mismísima OTAN.

Las ofensivas pro-rusas en internet tienen una doble lectura. La primera, simbólica. El cibervandalismo es la versión contemporánea de las pancartas reivindicativas o los folletos lanzados desde el aire. La segunda es a la vez simbólica y tremendamente real. Los ciberataques pueden llegar a colapsar la infraestructura de internet de un país, sobre todo si se consigue atascar las principales puertas de entrada y salida (gateways) de las telecomunicaciones. La simple rotura de un cable submarino en el Océano Índico hace unos meses se reveló suficiente para dejar sin internet a millones de personas. Para infligir el caos no hace falta tirar puentes, sino cortar cables, y para propagar el terror no hace falta secuestrar aviones, sino servidores.

En un informe sobre el futuro de internet, los expertos consultados por la Fundación Pew aventuraban que la red de redes sufriría un gran ataque en los próximos años. Esperemos que las ciberagresiones a Estonia y Georgia actúen como vacunas preventivas. De lo contrario nos abocaríamos a un gran apagón de incalculables consecuencias, como el que describía Roberto Vacca en su alegoría futurista Il medioevo prossimo venturo (1971). Analizada por Umberto Eco en su ensayo “Hacia una nueva Edad Media” (publicado en el volumen La estrategia de la ilusión, Lumen, 1987), la obra de Vacca cobra un nuevo e inquietante significado a la luz de los últimos acontecimientos. Mientras tanto, la ciberguerra continúa.

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