Artículo publicado en el número 44 (Etapa 2) de la La Revista de ACOP (diciembre de 2019)
Para la elaboración de la lista de conceptos clave de este año he consultado con los colegas del Comité Académico de ACOP. La preocupación por las noticias falsas y el discurso del odio se mantiene, pero se unen otras cuestiones que, si bien no son todas radicalmente nuevas, han resurgido al hilo de la actualidad en los últimos meses.
1.- Explosiones sociales. El año 2019 será recordado por el malestar social y las impresionantes protestas ciudadanas en las calles de medio mundo, desde las manifestaciones contra la ley de extradición en Hong Kong a los chalecos amarillos franceses, pasando por la mecha de descontento que prendió en toda América Latina, con especial virulencia en Chile y Bolivia, o el desencanto con la sentencia del procés en Cataluña, canalizada a través del Tsunami Democràtic. Adriana Amado (Universidad Argentina de la Empresa) nos recuerda que el sociólogo Manuel Castells ha acuñado el término ‘explosiones sociales’ para encapsular las diferentes manifestaciones de este zeitgeist surgido del descontento con la clase política. A decir de Castells, cuando el sistema no sirve para canalizar la frustración ciudadana, la última vía de canalización del malestar es la calle. Toni Aira (Universitat Pompeu Fabra) destaca que el Tsunami Democràtic es horizontal y aparentemente acéfalo, a diferencia de lo que era habitual en el movimiento independentista catalán, cuidadosamente dirigido por las élites nacionalistas. En su primer vídeo difundido vía Telegram, se veía un cazo con agua al fuego que empieza a hervir. Una buena metáfora visual para ilustrar cómo llega un momento en el que el malestar social alcanza un punto de ebullición.
2.- La confianza, en mínimos. Esas ‘explosiones sociales’ podrían explicarse en gran medida por la notoria falta de confianza de los ciudadanos en los políticos. Como señala Paloma Piqueiras (Universidad Complutense de Madrid), los políticos son la segunda mayor preocupación para los españoles tras el paro, seguidos de la economía y la corrupción. “El malestar con la clase política aumenta cada año desde hace más de una década, pero su impopularidad ha alcanzado récords históricos en los últimos tiempos”, advierte Piqueiras. La repetición electoral no ayudó: “entre los meses de abril y octubre de 2019 los encuestados que percibían a los políticos como un problema han aumentado del 33% al 53%”. La desconfianza ciudadana mina la legitimidad de las instituciones, por lo que la gestión de estos ‘intangibles’ se antoja como una de las prioridades para los responsables públicos. La desconfianza se extiende también al periodismo. Según el Digital News Report, el porcentaje de la población española online que confía en lo que dicen los medios de comunicación convencionales se limita al 43%.
3.- Polarización afectiva. Aunque no es un concepto nuevo (el conocido politólogo Shanto Iyengar, de Stanford, fue uno de sus primeros estudiosos) ha resurgido en tiempos recientes al manifestarse en encuestas un odio visceral entre demócratas y republicanos que llevaría a unos y otros a considerar un verdadero disgusto que sus hijos se casaran con partidarios del bando contrario. La polarización afectiva sostiene que la identidad y no la ideología la que explica el partidismo. Es decir, que los votantes son propensos a seguir aquello que defienda su partido, sin pararse a pensar en las bondades o defectos de las políticas que el partido apoya. Las emociones nublan la razón. Pero la comunidad académica está lejos de llegar a un consenso al respecto, con politólogos como Alan Abramowitz (Emory University) liderando el bando de los que defienden que la polarización tiene una raigambre fundamentalmente ideológica y no identitaria.
4.- Hiperpartidismo informativo. Nuestra compañera Lidia Valera-Ordaz (Universidad de Valencia) llama la atención sobre el hecho de que la facilidad para auto-exponerse a información congruente con nuestras ideas “ofrece incentivos a los medios para satisfacer esas preferencias partidistas, sobre todo cuando aumenta la oferta mediática y, con ella, la competencia”. De ahí que canales como Fox News hayan aumentado seguidores, mientras que cadenas teóricamente neutrales como CNN se hayan estancado. Lo mismo podría estar ocurriendo en sistemas mediáticos como el español, caracterizado por su histórico partidismo, que ofrecen un terreno particularmente fértil para la segregación ideológica de las audiencias, no sólo según el eje izquierda y derecha, sino también según el cleavage centro-periferia, como sucede en Cataluña. Se abona así el terreno para el periodismo partisano, que regresaría del siglo XIX para imponerse sobre el periodismo objetivista del siglo pasado. El mercado no parece pedir moderación o imparcialidad, sino una trinchera amigable en tiempo de guerra. De ahí que, según recuerda Valera-Ordaz, los académicos Matthew Barnidge y Cynthia Peacock, de la Universidad de Alabama, hablen ya de “hyperpartisan news”.
5.- Consumo incidental. El best-seller del activista Eli Pariser, The filter bubble (2011) venía a actualizar a la era de las redes sociales la idea de las “cámaras de resonancia” expuesta por el jurista Cass Sunstein una década atrás en Republic.com (2001). Internet nos habría invitado a ignorar el otro lado, donde residen los que no piensan como nosotros. Viviríamos en nuestra propia burbuja, inflada por los algoritmos de las plataformas digitales como Facebook. Pues bien: la investigación más reciente cuestiona frontalmente la impermeabilidad de esas echo chambers. La idea del consumo incidental, destacada por nuestros colegas Jordi Rodríguez-Virgili (Universidad de Navarra), Lidia Valera-Ordaz y Silvia Majó-Vázquez (Universidad de Oxford), defiende las dos bondades del consumo informativo a través de Internet: 1) nos encontramos con noticias aunque nuestra primera voluntad sea la del mero entretenimiento, y 2) el uso de redes sociales como principal fuente informativa, lejos de encerrarnos en una burbuja, nos expone a noticias emitidas por medios, conocidos y amigos que jamás consultaríamos de motu proprio, lo que garantiza cierto umbral de encuentro con la otredad.
6.- Whatsapp quiere ser el rey. No es casualidad que Facebook haya comprado Whatsapp: la aplicación de mensajería instantánea está creciendo como fuente de información política, mientras Facebook sigue a la baja, nos recuerda Silvia Majó-Vázquez. Que la información circule a través de estos canales tiene sus ventajas (las apps como Telegram son una preciosa arma revolucionaria) y desventajas (son el medio ideal para la circulación de bulos).
7.- Desigualdad de acceso a la información política. El amable lector habrá comprobado que la moda de los muros de pago vuelve a estar en boga y que leer las ediciones digitales de medios de referencia como el New York Times o El Mundo requiere pasar por caja. Si bien este movimiento se entiende por la necesidad de mantener la salud financiera de las empresas periodísticas, “la implantación de plataformas de pago y suscripción en las webs de noticias incrementa las desigualdades en el acceso y consumo de información política”, advierte Silvia Majó-Vázquez.
8.- Regulación de los medios sociales. La retransmisión en directo de la masacre de Christchurch en Nueva Zelanda vía Facebook (marzo de 2019), así como la creciente evidencia de que el algoritmo que sugiere nuevos vídeos en Youtube da cabida a contenidos extremistas, ha puesto en la diana a las plataformas sociales. Son las grandes mediadoras entre las audiencias y los contenidos de los medios periodísticos. Sin embargo, su auto-consideración como meras transportadoras de contenido ajeno las exime de las exigencias éticas de un editor tradicional. Hasta ahora. La ley alemana de 2017, que impone cuantiosas multas si no se eliminan contenidos ilegales (discurso del odio), ha obligado a estas plataformas a afinar sus filtros automáticos y a contratar más humanos como content curators. El ejemplo alemán ha cundido (hasta 13 países han aprobado leyes similares) con el riesgo de que en contextos autoritarios o semi-autoritarios se ejerce la censura de la legítima crítica bajo el pretexto de la lucha contra los discursos extremistas.
9.- Limitaciones a la publicidad electoral en plataformas digitales. Las redes sociales son también grandes vehículos de propaganda política. Los riesgos de la propaganda computacional destinada a favorecer ciertas candidaturas han movido a Twitter a prohibir desde noviembre de 2019 los anuncios políticos en su plataforma, mientras que Facebook se ha decidido a mantenerla. La publicidad electoral es vital para la compañía de Mark Zuckerberg debido a su gran capacidad de segmentación. Ha hecho pública una biblioteca de anuncios políticos pagados en la que se identifica el anunciante, pero no se preocupa de la veracidad de los anuncios. Para demostrarlo, la candidata a las primarias presidenciales demócratas Elizabeth Warren pagó en octubre de 2012 por difundir un anuncio en el que se daba por cierta una falsedad: que el propio Zuckerberg había apoyado la candidatura presidencial de Trump. Facebook publicó el anuncio, lo que para Warren evidencia que esta red social prioriza los beneficios sobre la protección de la democracia. Zuckerberg respondió vía portavoz para aclarar que no está en su mano hacer un fact-checking de los anuncios políticos. Por su parte, Google ha reducido las posibilidades de micro-segmentación de las campañas. Permitirá publicar anuncios segmentados por edad, sexo y hábitat, pero no por el patrón de preferencias políticas o el estatus como votante registrado.
10.- ¿Adiós al periodismo local? Fue en 2009 cuando el sociólogo Paul Starr advirtió en la revista The New Republic cómo la desaparición de periódicos locales estaba dejando sin control periodístico (y por ende ciudadano) a los gobiernos municipales y estatales, lo que podría dar lugar a una nueva era de corrupción. El capítulo americano de la asociación de escritores PEN Internacional acaba de editar el informe Losing the news: The decimation of local news and the search for solutions, en el que urge acción filantrópica y pública al nivel local para mantener el periodismo de proximidad. La perspectiva de una ecología de la información local (local news ecology) sin periodismo es aterradora y está a la espera soluciones audaces. Sorprendentemente, en EE.UU. ciudades en crecimiento como Denver, en Colorado, tienen consideración de news deserts tras el cierre de la histórica cabecera Rocky Mountain News. La falta de un modelo de negocio viable para el periodismo empieza ya a afectar negativamente a la vitalidad cívica y democrática de las ciudades.
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