jueves, noviembre 03, 2005

Una mirada escéptica al periodismo participativo

El presente post es una especie de contestación al artículo “El periodismo como arte democrático”, de Juan Varela, publicado en el diario español ABC el 22 de octubre de 2005 y reproducido en su wiki sobre periodismo participativo.

El denominado civic o public journalism de Rosen y Merritt me cautivó tanto le dediqué año y medio de estudio. Me sigue pareciendo una propuesta noble pero difusa, abierta a la interpretación y el abuso, de ahí que a veces la alabe y a veces la critique (con todo el cariño del mundo). El llamado periodismo participativo no me produce excesiva excitación. Para mí los blogs son mucho más efectivos como media watchdogs (vigilantes de la actuación de los medios) que como productores de periodismo de calidad.

Lo que más me sorprende del discurso del periodismo participativo es su celebración de la desaparición de la mediación profesional que hasta ahora encarnaban los periodistas de los MSM (mainstream media). Se percibe cierta satisfacción en la erosión del poder de mediación del periodista. De repente, el periodista pierde autoridad, bien porque se le considera atenazado por los intereses corporativos y políticos de sus patrones, o bien porque se le ve como una mera correa de transmisión de esos mismos poderes. Esto cuando no es visto, simple y llanamente, como un propagandista de un determinado ideario. Quizá convendría traer a colación la famosa advertencia de David Randall (1999): el que quiera hacer periodismo de izquierdas o derechas, tiene una idea muy equivocada de lo que es el periodismo. Cierto que los periodistas tienen casi siempre un prejuicio antisistema (suelen ser críticos con el partido en el poder) y tienen cierta vocación reformista, pero ese es otro tema (Gans, 2005, ed. original, 1979).

Gran parte de la pérdida de credibiliad en la figura del periodista se debe a esa presunta falta de imparcialidad. Una acusación que cobra más vigor con el auge del periodismo descaradamente partidista. Es curioso. El deseo de objetividad en el periodismo tiene en parte una raíz comercial: ser lo más equidistante para no alienar a una parte de la audiencia. Ahora el partidismo es, quién lo diría, una de las grandes bazas comerciales del periodismo. Es como si el consumidor de medios no le pidiese al periodismo información e interpretación cualificada (basada en hechos, ofreciendo todos los ángulos posibles), sino refuerzo de prejuicios y búsqueda de argumentarios para liderar las discusiones de café. Quizá no haya nada de malo en esto. Este es el periodismo que se practicaba en Estados Unidos en el siglo XIX. Y es probable que a más partidismo en los medios, más participación electoral. Esto es contradictorio con el espíritu periodístico más tradicional, pero no debemos negar la evidencia por más que contradiga nuestros más altos principios.

Pero quizá haya que reflexionar sobre lo que estamos perdiendo al desechar la objetividad (o su deseo) como ethos del periodismo. Hace tiempo que la interpretación se considera legítima dentro del periodismo. La mera reproducción de citas de los bandos contrarios, la objetividad como ritual a la que aludía Tuchman, es aún practicada, pero a menudo se va más allá, indagando en las razones de cada uno de los bandos.

No obstante, el deseo de no implicación emocional ha sido y es válido en la era del periodismo interpretativo... o lo era hasta fechas recientes. Ahora parece que esa imparcialidad, que siempre fue difícil de alcanzar, ya ni se persigue. Es más: muchos la desprecian.

Antes de darlo por muerto, convendría indagar en el valor del ideal de la objetividad, o lo que se busca con él. Y lo que podemos perder al descartarlo. Cito a Don H. Corrigan, el azote del periodismo cívico:

“La objetividad es un ideal escurridizo (elusive ideal), como la paz mundial, la armonía racial, los derechos humanos universales o la tolerancia religiosa. Pero la humanidad no debe abandonar la búsqueda de la paz mundial, la armonía racial, los derechos humanos universales y la tolerancia religiosa porque sean ideales difíciles de alcanzar. Los periodistas no deberían abandonar la búsqueda de la objetividad porque sea, admitido está, un ideal esquivo. El concepto de objetividad, en el contexto del periodismo, incorpora ciertas nociones de honestidad e imparcialidad, así como una devoción por la neutralidad, la exactitud y la veracidad. La objetividad no es un ‘cliché improductivo’, ni pierde su potencia porque sea sea un ideal difícil de conseguir. No deberíamos estar tan dispuestos a reemplazarlo por algo diferente” (1999: xvi-xvii).

John C. Merrill (1999), el otro azote del periodismo cívico, denunció en su momento los peligros de reemplazar el liberalismo por el comunitarismo como filosofía de fondo del periodismo. Creo que lo que en realidad criticaba Merrill es el periodismo participativo, la radicalización (o hipertrofia) del periodismo cívico. El sometimiento de los criterios de noticiabilidad a los criterios de “la comunidad”. Los que venimos de la aldea sabemos lo opresivas que son las comunidades, tanto en el mundo físico como en el virtual. Bendita urbanidad, bendito individualismo. Bendito respeto por la diferencia, como decía Schudson en su amable pero rigurosa crítica al periodismo cívico (Schudson, 1999).

El periodismo cívico, tal como se concibió originalmente (a mi modo de ver Rosen se apuntó recientemente al carro del periodismo participativo, la caricatura del periodismo cívico, ese periodismo cívico que él definió de la misma manera en que Varela titula su artículo: “journalism as a democratic art”) tiene su correlato político en la democracia deliberativa. El periodismo cívico ampliaba el papel del periodista (el periodista no era sólo un mediador, sino también un debate facilitator).

El periodismo participativo enlazaría directamente con la democracia participativa. El mediador desaparece. El público elabora y consume, se lo guisa y se lo come. Lo mismo a la hora de administrarse, gobernarse políticamente. Quizá aquí también estemos enterrando otros valores de nuestro sistema político tradicional de una manera irreflexiva, como hacemos con la objetividad en el periodismo. Nada de representación, democracia directa. No sé ustedes, pero yo no tengo tiempo para participar a pleno rendimiento en todas las decisiones de nuestro sistema político. Necesito representantes que se encarguen de hacer por mí lo que yo no tengo tiempo de hacer (elaborar leyes, perseguir a los que las incumplen). Lo mismo ocurre con el periodismo. Necesito mediadores cualificados que me hagan la vida más fácil, que me digan sobre qué puntos debo enfocar mi atención. Tranquilos, no soy un troglodita. Yo mismo soy un blogger, y agradezco las nuevas posibilidades (creativas, informativas, participativas...) de la red. Pero también observo que, por ahora, la blogosfera no es “many-to-many”, sino “many-to-few” (salvo contadas excepciones, la mayoría de los blogs no reciben más de 25 visitas diarias, según un reciente estuido del MIT, véase Chronicle of Higher Education, 23 de junio de 2005). Y basta asistir a una reunión de tu comunidad de vecinos para ver las serias limitaciones de la democracia asamblearia. El voto secreto (y no la mano alzada de las asambleas, donde la “peer-pressure” afecta a la libertad de voto) es una de nuestras grandes garantías. No la tiremos por la borda. Leamos antes a Stuart Mill y sus Consideraciones sobre el gobierno representativo.

En conclusión: A mi modo de ver, no hay periodismo sin mediación, ni democracia sin representación.


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Dos apuntes finales:

1. Sobre la la tradicional oposición Lippman-Dewey:

El célebre libro The Public and Its Problems no es, como se ha dicho siempre, un rechazo frontal de las teorías de Lippman. Dewey compartía con Lippman muchos de los puntos de su diagnóstico, pero su tratamiento era diferente. La propuesta de Dewey era una especia de “tercera vía”: ni el gobierno de las elites de Lippman, ni la dictadura de la mayoría, sino colaboración entre elites y ciudadanos corrientes.

Dewey es una figura mediadora entre el elitismo de Lippman y el credo mayoritario de progresitas de principios de siglo XX en USA, como ha señalado Ralston (5 de marzo, 2004). La propuesta de Dewey se condensa en el concepto de “public-spiritedness”. Ralston lo explica de una manera bastante inteligible (perdón por la larga cita en inglés):

“To resolve the conflict between the elitist position, defended by Lippmann, and the majoritarian position, held by Progressives (…) Dewey proposes a hybrid concept that helps the disputants on either side of the debate imagine their respective ideals realized in practice and harmony with each other. In The Public and Its Problems, Dewey introduces the concept of “public-spiritedness” with the shoe analogy:

‘The man who wears the shoe knows best that it pinches and where it pinches, even if the expert shoemaker is the best judge of how the trouble is to be remedied. Popular government has at least created public spirit even if its success in informing that spirit has not been great’.

According to this analogy, not only does self-government begin with citizens, who know the problems of their environment best, but it also extends to leaders and experts. Thus, citizens consult experts and experts consult citizens, thereby avoiding the tyranny of either and promoting the associated activity of both” (Ralston, March 5, 2004).

2. Una observación quisquillosa:

El Project for Excellence in Journalism es producto de la colaboración de la Columbia University y Pew Charitable Trusts. Cierto es que el material del libro más citado de Kovach, The elements of journalism, si surgió fruto de unos foros convados por Harvard. Supongo que de ahí viene el lapsus. Claro que a lo mejor yo también estoy equivocado...


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Referencias:

Corrigan, Don H. (1999): The Public Journalism Movement in America: Evangelists in the Newsroom. Westport, CT: Praeger.

Chronicle of Higher Education (23 de junio de 2005). So many bloggers, so few readers. The Chronicle: Wired Campus Weblog.

Gans, Herbert H. (2005, ed. Original 1979). Deciding What's News. A Study of CBS Evening News, NBC Nightly News, Newsweek, and Time. Evanston, IL: Nortwestern University Press.

Kovach, B. Rosenstiel. T. 2001. The Elements of Journalism: What Newspeople Should Know and the Public Should Expect. New York: Crown.

Merrill, John C., Gade, Peter J. y Blevens, Frederick R. (2001): Twilight of Press Freedom: The Rise of People's Journalism. Mahwah, NJ: Lawrence Erlbaum Associates.

Ralston, Shane Jesse (5 de marzo de 2004): “Deliberative Democracy as a Matter of Public Spirit: Reconstructing the Dewey-Lippmann Debate”. Paper presented at the 31st Annual Conference of the The Society For The Advancement Of American Philosophy.

Randall, David (1999): El periodista universal. Madrid: Siglo XXI Ediciones.

Schudson, Michael (1999): “What Public Journalism Knows about Journalism but Doesn’t Know about “Public”. En Glasser, Theodore L., The Idea of Public Journalism. New York: Guilford, pp. 118-133.

1 comentario:

Roberto Iza Valdés dijo...
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