sábado, septiembre 27, 2025

Nuestra preocupante credulidad como audiencias

Joe Rogan (izda.) entrevista a Rod Blagojevich (dcha.) en su popupar podcast.


Los podcasts han irrumpido en el ecosistema de la comunicación política. A pesar de que pertenecen en teoría al mundo del narrowcasting, a las audiencias nicho, se les considera un factor clave en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas.

Concebidos inicialmente como piezas de audio, las jóvenes audiencias, criadas en tabletas conectadas a YouTube, asumen que los podcasts son ante todo vídeos, larguísimos vídeos que superan ampliamente la hora de duración. Curioso panorama: TikTok e Instagram han popularizado los shortclips y soundbites híper-breves, pero los podcasts de los que se extraen no tienen problemas de duración.

Como si siguieran una costumbre labrada en sus infancias frente a la tablet, las jóvenes audiencias son capaces de soportar vídeos de alrededor de una hora de duración, bien en sus móviles o en las propias smart TVs, donde es YouTube -y no Netflix- el servicio de streaming más popular.

Las parodias sobre podcasts ilustran muy bien las constantes del género: una conversación en la que entrevistado y entrevistador se disputan la popularidad. Es más, es frecuente que, lejos de dividirse claramente los roles, el entrevistador acabe entrevistado por el invitado. Esa transgresión del periodismo convencional parece ser una de las virtudes del nuevo formato.

Intrigado por el fenómeno Joe Rogan, el podcaster más popular en EE.UU., con invitados que van desde Donald Trump a Bernie Sanders, me decidí a escucharlo. Opté por su entrevista con Rod Blagojevich, el ex gobernador de Illinois que pasó una temporada en la cárcel condenado por cohecho, al intentar ‘vender’ el escaño en el senado que dejaba libre Obama al convertirse en presidente. ‘Blago’ aprovecha la conversación para criticar la doblez moral de Obama, celebrar a Trump (que conmutó su sentencia) y explicar su renacimiento espiritual y religioso mientras estaba convicto. Rogan no le busca las cosquillas, sino que actúa más bien como un terapeuta. Los podcasts rara vez son adversariales, son una oportunidad ideal de promoción para los entrevistados.

The Guardian comentaba recientemente la dulcificación de los documentales sobre estrellas de la música y el cine. Parece que las audiencias quieren celebrar, más que conocer. La clave es no ofender a nadie. Y, sorprendentemente, este tipo de contenidos edulcorados, más próximos a la publicidad que al periodismo, gozan del favor del público.

El periodismo tendría, además de un problema de modelo de negocio, un desafío doble: la polarización y el gusto por la retórica epidíctica, celebratoria. Quizá la polarización y lo epidíctico estén relacionados: todo para los amigos, nada para el enemigo. El análisis periodístico tradicional, que expondría luces y sombras, cuestionaría la certidumbre moral del partisano, del fan. Mejor optar por un contenido ‘a favor de obra’, que no moleste al entrevistado o a las audiencias.

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