La
televisión online que el Parlamento Europeo lanzó el pasado miércoles sufre de los mismos achaques que su hermana mayor (
Euronews) y parece más bien una versión institucional del
EUtube, el canal de la Unión en el popular sitio de vídeos.
Cuando hablamos de los achaques de Euronews (apoyada, al igual que EUtube, por la Comisión Europea) nos referimos a la falta de caras. La televisión es ante todo una fábrica de rostros que acaban por hacerse familiares, pero Euronews sólo ofrece noticias con voz en
off. Esta carencia se debe a la inherente diversidad lingüística de la Unión. Un presentador ha de hablar necesariamente un sólo idioma al mismo tiempo, y elegir uno (aunque sea el inglés) supone discriminar a la gran mayoría de europeos, que no son angloparlantes.
Cierto es que estamos ante un canal de televisión online, en el que la retransmisión en directo de las sesiones parlamentarias se combina con vídeos breves al estilo YouTube. El consumo fragmentado propio de Internet elimina en muchos casos la necesidad de un presentador que aporte continuidad a la emisión.
Uno se pregunta cuál es la verdadera diferencia entre este nuevo canal y el existente EUtube. Y se intriga que sea el Parlamento, y no la Comisión, la institución que crea este canal. Pero, en el fondo, la cuestión que queda en el aire es la que debería resolverse cuando se lanza al mercado cualquier producto: ¿Cuál es la necesidad que satisface este canal? ¿Cuál es su marca diferencial? En otras palabras: ¿Para qué queremos un canal web del Parlamento Europeo?
La retransmisión en directo de sesiones parlamentarias es realidad en Estados Unidos desde hace casi 30 años, a través del canal de televisión por cable
C-SPAN. Sus emisiones son, lógicamente, seguidas por una minoría, al igual que ocurre con los otros canales parlamentarios, incluído el
español. El nuevo canal del Parlamento Europeo podría ser simplemente eso, una versión online y europea de las televisiones congresuales, destinada a pasar desapercibida.
Soñando con TeleuropaSin embargo, el bombo y platillo con el que fue lanzada, y sus pretensiones de ser algo más (incluyendo un canal participativo para las opiniones del público y otro para niños) invita a pensar que el Parlamento está experimentando con esa idea que tanto gusta a los estudiosos de la llamada esfera pública europea: Una televisión para todos los europeos.
Sabemos desde
James Carey que una televisión (o, por extensión, cualquier medio de comunicación) es un reflejo de la comunidad a la que sirve, y contribuye al mismo tiempo a forjar una identidad unitaria en esa comunidad. Por algo comunicación y comunidad comparten etimología. La comunicación simbólica es la que sostiene a la comunidad. La BBC es un pilar básico de la identidad británica, al igual que ocurre con otras televisiones nacionales. Lo saben muy bien los gobiernos autonómicos españoles: la identidad gallega, vasca o catalana depende en gran medida de sus respectivas televisiones, TVG, ETB y TV3.
¿Cómo sería la televisión en la que se podrían reconocer los europeos? Nadie se atreve a responder. En parte porque la existencia de un auténtico público europeo está en discusión. Pero permítaseme lanzar un par de propuestas: 1) la utilización de presentadores de los estados miembros para conducir los informativos, que se emitirían en las ocho lenguas que ya utiliza Euronews y 2) la creación de una línea editorial que defienda, sin caer en el dogmatismo o la propaganda, los valores comunes europeos: el crecimiento sostenible, el acceso universal a la educación y a la sanidad, los derechos laborales y la protección de la diversidad lingüística y cultural.
La primera idea, la de disponer de presentadores hablando en las lenguas que actualmente utiliza Euronews para sus noticias en
off, es una manera de cuadrar el círculo. La literatura sobre la esfera pública europea sostiene que la percepción de la UE está mediada por las lentes de los medios nacionales. Los medios pan-Europeos (tipo
Wall Street Journal Europe o
The Economist) constituyen una esfera pública elitista de lectores angloparlantes. Una Euronews con presentadores estrella de varios países de la Unión ofrecería una visión europea del mundo más accesible a las distintas audiencias nacionales.
La segunda idea, la de promover una línea editorial europeísta, está plagada de riesgos bien conocidos por los críticos de cualquier televisión pública. Quien paga manda, y el peligro de ser un miembro de propaganda siempre está ahí, por más cartas de independencia que se otorguen. Pero también hay lugar a la esperanza. Así como los medios angloparlantes transmiten, de forma velada, una defensa de la libertad de mercado y otros valores occidentales, la televisión europea podría colocar en la agenda de debate público temas de gran trascendencia que pasan a menudo desapercibidos (quizá por el interés de los propios actores, conste) o son abordados con la miopía de los ojos nacionales. He ahí el caso de la inmigración, por ejemplo. Esta perspectiva europea serviría también para debatir temas tabú en las respectivas esferas públicas nacionales.
Las caras del cosmopolitismoLa experiencia de otros canales de televisión vía satélite demuestra que es posible crear estrellato mediático sin sacrificar el profesionalismo periodístico. Tenemos los ejemplos de la presentadora de BBC World
Mishal Husain o el director de
Newsweek,
Fareed Zakaria, que conduce un programa semanal para la CNN. Husain y Zakaria son los presentadores de la tele global. Son el símbolo de un mundo postcolonial y mestizo. Sus rostros nos ayudan a ver el mundo como una sóla entidad, en la que todos sus habitantes somos interdependientes.
La Unión Europea, en esto coinciden todos los analistas, es el gran regulador mundial. Sus estándares acaban siendo reproducidos por otras regiones del globo. Esta misma semana el cantante Mick Jagger y el cerebro de Apple, Steve Jobs, asistían en Bruselas a una reunión que tenía por objetivo discutir una futura legislación sobre comercio electrónico y descarga de música en Internet. La legislación de las industrias culturales en este mundo sin fronteras llevará sello europeo. Otro tanto ocurrirá con el control de emisiones contaminantes y el cambio climático. Una cobertura mediática conmensurable con la dimensión europea de estas legislaciones garantizaría mayor publicidad y debate. Enriquecería la precaria democracia europea.
Lo ideal sería que, al margen del Parlamento o la Comisión, surgiesen de la iniciativa privada varios proyectos mediáticos de este tipo. Si la comunicación hace comunidad, necesitamos algo más que un YouTube institucional para crear la comunidad europea. Pero Teleuropa sigue, por ahora, en el limbo de los justos.
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