viernes, agosto 08, 2014

Confianza política en tiempos de crisis

Los tiempos de crisis son particularmente peligrosos para las democracias liberales. En la mente de todos están los años 30. La República de Weimar, que albergó movimientos como la Bauhaus, el expresionismo o la Escuela Crítica de Frankfurt, cedió terreno al nazismo. En el primer tercio del siglo XX, tanto el comunismo como el fascismo se mofaban de la habladuría barata de los parlamentos europeos, demasiado lentos para tomar decisiones ejecutivas de gran calado. La confianza en las instituciones políticas tradicionales, tanto entonces como ahora, estaba bajo mínimos. Durante el encuentro internacional de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) en Bilbao del 17 al 19 de julio, el decano de la Annenberg School for Communication de la Universidad de Pensilvania, Michael Delli Carpini, y el catedrático de comunicación en la Universidad de Múnich Thomas Haniztsch definieron el concepto de confianza política y ofrecieron datos empíricos sobre los niveles de confianza política de ciudadanos y periodistas en las instituciones públicas.

Según Delli Carpini, a diferencia de los consultores, que nos dicen qué tiempo hará mañana, los académicos deben ser algo así como unos climatólogos, analistas de la evolución del clima político a largo plazo. La confianza podría definirse como “una firme creencia en la fiabilidad de alguien o algo”. La confianza puede ser específica (en el presidente, la escuela local, la información –lo que leemos en el periódico–, los comportamientos –creemos que nuestro voto contará–) o general (la gente de mi comunidad, la policía, las escuelas, las empresas periodísticas, etc.). Sin confianza, a decir de Delli Carpini, es muy difícil actuar políticamente. La confianza es esencial para el político y para el elector. ¿Cómo se establece la confianza? Según el profesor de UPenn, a través de la socialización (familia, colegas, educación formal, medios de comunicación…) y la experiencia (directa –ese médico es bueno porque me trató muy bien– o indirecta –la más frecuente en política, uno puede confiar en Obama sin conocerlo directamente–).

Delli Carpini tiró del Eurobarómetro para ofrecer datos sobre la confianza política en los países de la Unión Europea. Aunque la confianza ciudadana en las instituciones disminuía en toda Europa desde 2010, en España la desconfianza ya se manifestaba de una manera acusada desde 2008. En general, los países del sur de Europa confían menos en las instituciones que los países del norte europeo. Uno de los datos sorprendentes fue el relativo a la confianza en la UE. Según los datos del Eurobarómetro citados por Delli Carpini, España se habría convertido en un país más euroescéptico que el propio Reino Unido. Así, mientras en 2007 el porcentaje de población que desconfiaba de UE era del 49% en Reino Unido y del 23% en España, en 2012 el porcentaje de desconfianza era del 69% en Reino Unido y del 72% en España. Esto podría explicar la receptividad de las llamadas a ejercer la soberanía nacional por parte de formaciones como Podemos, mientras que los partidos mainstream como PSOE y PP sacarían poco rédito de su consenso pro-UE en temas europeos.

Curiosamente –y esto no son buenas noticias para los periodistas– la confianza en los medios de comunicación cae de una manera más acusada que la confianza en otras organizaciones.

¿En qué medida la desconfianza en las instituciones puede alentar o desalentar el activismo político? Delli Carpini considera que la confianza interactúa con otras actitudes políticas como la eficacia, la creencia en la posibilidad (del individuo o de las propias instituciones) de efectuar un cambio en la dirección del país. Así, un individuo con alta confianza y eficacia sería un ciudadano participante en los cauces convencionales de la acción política, mientras que un individuo con alta eficacia pero baja confianza sería un ‘protestante’, alguien contestatario con el sistema. Un ciudadano con baja eficacia y alta confianza sería un observador, mientras que un ciudadano con baja confianza y baja eficacia sería, simplemente, un individuo alienado:


¿Cómo explicar las alarmantes caídas en la confianza ciudadana en las instituciones? Para Delli Carpini esta caída es, hasta cierto punto, racional. Tiene que ver más con el gobierno que con los ciudadanos. Estaría relacionada con la incapacidad del gobierno para resolver los asuntos que le importan a la gente. 

Para Thomas Haniztsch la confianza política es, esencialmente, “esperanza en el futuro”. Su charla en Bilbao versó sobre un estudio multinacional denominado Worlds of Journalism, sobre la confianza de los periodistas de 21 países en las instituciones políticas.

Los periodistas occidentales tienen más confianza en las instituciones públicas que los no-occidentales, con la excepción de Estados Unidos (que sería la excepción occidental, con menos confianza que la media) y China (que sería la excepción no-occidental, con más confianza que la media). Haniztsch atribuye la confianza de los periodistas chinos en el sistema a que China ha experimentado un enorme crecimiento en los últimos años (recordemos que la confianza está relacionada con la esperanza en el futuro) y a que los periodistas de regímenes autoritarios tienen expectativas muy limitadas sobre la mejora de la libertad de expresión.

En Occidente, los periodistas registran una mayor confianza en las instituciones que la población general, mientras que en los países no-occidentales el público es más confiado que los propios periodistas, que quizá deban su mayor desconfianza institucional a que son los primeros en detectar una corrupción que no pueden transmitir a sus audiencias debido a la censura.

La confianza de los periodistas en las instituciones estaría íntimamente relacionada con la libertad de prensa. En países como Estados Unidos o España existiría una amplia libertad para los reporteros, que confiarían en gran medida en las instituciones. En sociedades en transición como Turquía los periodistas gozarían de una moderada libertad de expresión, lo que redundaría en una baja confianza en las instituciones por parte de los reporteros. China sería un país excepcional por las razones arriba explicadas, con una limitadísima libertad de prensa pero con unos periodistas muy confiados en la bondad de las instituciones políticas.

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jueves, agosto 07, 2014

Innerarity: Buena democracia, mala política

Precisamente en un momento en el que la ‘calle’ parece demandar una política más receptiva a sus demandas, el filósofo Daniel Innerarity, director del Instituto de Gobernanza Democrática (Globernance) se erige en defensor de la democracia indirecta. En su intervención durante el encuentro internacional de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) en Bilbao el pasado 17 de julio, Innerarity afirmó que “tenemos una buena democracia y una mala política”. A su juicio, tenemos un espacio político que funciona (no se echan en falta espacios de protesta, porque los ciudadanos pueden expresar su malestar sin muchas trabas) pero sufrimos “una mala política”, es decir, “la capacidad de convertir esa amalgama de opiniones en transformaciones políticas no funciona”.

El catedrático de Filosofía Política y Social considera que están cambiando las formas de activismo político, dando lugar a una ciudadanía “intermitente”. “Más que contralar al ejecutivo, las movilizaciones en la red se orientan a evitar el abuso de poder, son actos intermitentes y apolíticos, sin estructura duradera de intervención”, opina. El ‘clicktivismo’ (el activismo online canalizado a través de webs como change.org o avaaz.org) y el consumo político (‘votar’ con el carro de la compra) serían actos de “soberanía negativa”. Según Innerarity, plataformas como el 15-M, la Plataforma Antideshaucios o el movimiento Occupy, así como las manifestaciones en Burgos, Nantes, o Stuttgart que bloquearon el desarrollo de ciertas infraestructuras “no se inscriben en un marco político coherente, solo hay la presión del momento”.

Curiosamente, es la denostada política tradicional la que puede dotar de continuidad a los deseos de cambio. A decir de Innerarity, “si los partidos políticos sirven para algo, es para dar una continuidad a políticas como las de infraestructura y vivienda”. Pero son precisamente los partidos políticos tradicionales los que se encuentran bajo asedio, no tanto por parte de la población general sino por sus correligionarios más extremistas. Según Innerarity, “todos los partidos tienen un tea party”, una sección que marca las líneas rojas que el partido mainstream no puede atravesar, impidiendo así la transacción con el enemigo. Así, el movimiento Libres e Iguales no estaría dirigido contra los independentistas catalanes, sino contra el propio Mariano Rajoy.

Innerarity apuntó además los límites de dos modas políticas que arrastran gran entusiasmo en la actualidad: los referendos y la transparencia. Según el filósofo, los plebiscitos reflejan peor la pluralidad de la sociedad que las opciones de representación. Reducen todo a algo binario (sí o no), sin matices. Es por ello que un referendo “debe estar al final de un proceso deliberativo, no al principio”, explica Innerarity. La transparencia, otro de los mantras en boga, “da la idea de que la política tiene que ver con datos o evidencias ocultadas por ciertos intereses, y no es así”, observa el filósofo.

El director de Globernance ofrece una interpretación psicoanalítica para la gran ruptura entre el principio de placer, representado por los populistas, y el principio de realidad, gestionado por los tecnócratas. En un contexto de crisis, las diferencias entre las fuerzas del establishment (izquierda y derecha) se reducen en gran medida. Cuando esto ocurre, una parte de la población quiere optar por algo que se encuentre fuera del principio de realidad. “Los partidos de la llamada casta”, observa Innerarity, “han gobernado y volverán a gobernar; saben lo caro que resulta pagar las facturas de las promesas no cumplidas.” La gran dificultad de la política no es ganar elecciones, sino ser reelegido. Los partidos del establishment, dice el filósofo, saben de esto, saben que en algún momento hay que recurrir a los adversarios.

El director de Globernance encuentra en la propia lógica democrática uno de los grandes peligros para la democracia. Se supone que hay que hacer “lo que quiere la gente”, pero, “¿qué es la gente?”, se pregunta Innerarity: “¿la encuesta de mañana? ¿los que aprobaron la Constitución? ¿las generaciones futuras?”. Sí, la gente puede ser todo eso, apunta el filósofo, pero en un contexto de responsabilidad. Según Innerarity la política se está gestionando desde el corto plazo, “y eso genera atascos”. También se muestra intrigado ante las encuestas que revelan que, según los españoles, “la política es uno de nuestros peores problemas”. “¿Qué queremos decir con eso?”, pondera Innerarity.

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