sábado, septiembre 25, 2010

Un debate sobrevalorado


J.F. Kennedy, al que suponemos en los cielos (tras un larguísimo paso por el purgatorio), debe más su victoria en las presidenciales de 1960 al entonces alcalde de Chicago, el viejo Richard Daley, que al famoso primer debate televisado contra su rival Nixon hace 50 años. Kennedy ganó las elecciones por algo más de 100.000 votos, siendo Illinois y Texas los estados decisivos en su victoria. Illinois se lo llevó con la ayuda de Daley, faraón de las redes clientelares de Cook County, el condado donde se asienta la ciudad de Chicago. Texas se ganó en buena medida gracias a Lyndon B. Johnson, el candidato a vicepresidente de Kennedy, que despertaba más simpatías en el sur que el propio galán de Massachusetts.

James L. Baughman, profesor de periodismo en la Universidad de Wisconsin-Madison, nos recuerda que el mito del debate desequilibrante se debe más a la épica que se le atribuye en el famoso libro de Theodore H. White, The Making of the President 1960, que a la realidad. El debate fue importante, pero no tan decisivo como se cree. Sirvió para que Kennedy ganase en reconocimiento entre el electorado. Las encuestas tras el primer duelo catódico lo declararon como ganador, pero los votantes siguieron divididos, fieles a sus respectivos candidados, hasta el final. Quizá el mayor error de Nixon (aparte de aceptar los debates en sí) fue el de cumplir su promesa de hacer campaña en los 50 estados. Si la víspera electoral la hubiese pasado en Texas y no en Alaska, el curso de la historia podría haber cambiado. También hay que recordar que una infección de rodilla lo mantuvo hospitalizado durante doce días, justo antes del primero de los tres debates televisados. Es más, Nixon llegó a empatar con Kennedy en el segundo debate, e incluso ganó, según las encuestas, el tercero.

Hay un viejo principio sociológico que reza aquello de “lo que parece real, aunque no lo sea, tiene consecuencias reales”. Los debates Kennedy-Nixon son un buen ejemplo. A pesar de su limitado impacto en la mente de los votantes, la leyenda de su influencia privó de debates a los norteamericanos durante 16 años, hasta el duelo Ford-Carter de 1976. Si los debates presidenciales se han asentado como costumbre en USA no es por el pedigrí democrático de la nación, sino porque se piensa que pueden servir para desequilibrar elecciones muy reñidas (como suelen ser casi todas las presidenciales norteamericanas).

Mañana domingo, coincidiendo con el 50 aniversario del legendario primer debate, el Museum of Broadcast Communications de Chicago (que desde hace un lustro pide donaciones para financiar su nueva sede en pleno Loop) celebrará una mesa redonda en la que participarán, entre otros, Newton Minow (negociador de los debates, ex chairman de la Federal Communications Commission y autor del famoso discurso en el que definía a la televisión como una “vast wasteland” –un inmenso erial–) y Sander Vanocur, uno de los cuatro periodistas que hacían preguntas en aquel debate inaugural.

Pasadas las efemérides, los mitómanos gustarán de saber que la Biblioteca y Museo Presidencial Kennedy, en las inmediaciones de Boston, ofrece una recreación del set televisivo del legendario debate, con cuya imagen ilustramos este post.

Lecturas recomendadas:

Baughman, James L. 20 de septiembre de 2010. “Did the 1960 Presidential Debates Really Matter?History News Network.

Greenberg, David. 16 de octubre de 2000. “Was Nixon Robbed? The legend of the stolen 1960 presidential election.” Slate.

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