lunes, junio 14, 2010

Habermas contra Merkel

El archiconocido filósofo alemán Jürgen Habermas, profesor emérito de la Universidad de Frankfurt, recibirá este miércoles, 16 de junio, la medalla Ulysses del University College de Dublín. En una entrevista concedida a Paul Gillespie del Irish Times, Habermas reprocha a la canciller Angela Merkel el haber dilapidado su prestigio al sacrificar la estabilidad de la Unión Europea por la expectativa de réditos electorales domésticos. A continuación reproducimos los fragmentos de la conversación que aluden a temas de comunicación política:

Paul Gillespie: Political communication and a deliberative public sphere are at the centre of your philosophical reasoning. What role does this imply for quality media?

Jürgen Habermas: It is easier to detect the mote in the eye of the other than the beam in one’s own. This is why the destruction of political communication in the United States in particular – a case in point being the ideological indoctrination of the population during the debates over [President Barack] Obama’s health care reform – is more apparent to us Europeans. But the breakdown of public discourse is also progressing quite rapidly in our own countries. The major national newspapers, which played a decisive role in forming political opinion over the past century-and-a-half, have come under economic pressure and have yet to find a business model that would ensure their survival on the internet.

PG: Is there a case for public subsidy schemes to protect them from the effects of market rationalisations?

JH: In contrast to commercial television, the programming of the public broadcasting companies has not yet completely lost sight of the fact that its audience is not only composed of consumers but also of citizens. They are even bound by law to offer their audience not just entertainment but also information, education, and cultural programmes, and thus to provide solid underpinnings for the formation of independent political opinions. On the other hand, this BBC – or, in Germany, ARD and ZDF – model is not easy to apply to newspapers, which have to secure their independence in the private sector. But we should all wake up to the fact that the disappearance of an argumentative press represents an extremely acute danger for democracy. There are isolated experiments that seek to combine public subventions for the leading press with guarantees of their ongoing editorial independence. We should put such experiments on a broader footing before the New York Times or Le Monde or El País or the Frankfurter Allgemeine are rationalised out of existence or go bankrupt.

[…]

PG: The economic crisis puts public discussion of European integration at the centre of political debate. Can this politicisation of mass public awareness contribute to a deeper political union of the EU?

JH: In every country the tabloid press is eager to exploit any opportunity to foment nationalistic and xenophobic prejudices. In Germany, the Greek crisis provoked the Bildzeitung to such excesses, and the politicians allowed themselves to be carried away by this climate of opinion. Especially in times of crisis, reasonable proposals can gain the upper hand only if the national press keeps a clear head, together with the government and the major political parties. It should not let itself be taken in by populist slogans and it must maintain a halfway deliberative climate in the country. In the final analysis, it is the responsibility of the political parties to ensure that the population does not succumb to its fear reflexes and that it makes decisions only after reflecting on its own long-term interests. But past experiences leave me sceptical. To date there has not been a single European election or referendum in any country that wasn’t ultimately about national issues and tickets.

Habermas pronunciará mañana martes una conferencia bajo el título “The Political: The Rational Meaning of a Questionable Inheritance of Political Theology” a las seis de la tarde en el Auditorio Clinton del University College de Dublín.

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miércoles, junio 09, 2010

“Join, or die”


La que se considera como la primera viñeta de la historia de los Estados Unidos de América es aquella en la que se muestra una serpiente cortada en trocitos bajo el título “Join, or die”. Publicado por el mismísimo Benjamin Franklin en su Pennsylvania Gazette en 1754, el dibujo ha sido utilizado con varios motivos desde su primera aparición, siendo su intención original la de azuzar a las colonias americanas para que se unieran contra los franceses y los indios. Con el tiempo, la viñeta ha acompañado las llamadas a la unidad federal de los Estados Unidos, frente a las veleidades confederales que abogaban por una mayor diferenciación entre sus estados. La actual crisis europea hace pertinente su aplicación a nuestro viejo continente.

Europa no es una nación, sino un racimo de naciones, decía el famoso europeísta Salvador de Madariaga. He ahí el drama de Europa, que tanto preocupaba al padre fundador Altiero Spinelli: un continente que necesita estar unido para ser competitivo en el mundo global, pero que todavía no tiene una identidad colectiva lo suficientemente sólida como para formar un gobierno dependiente del pueblo (una democracia). La actual crisis es una prueba de fuego para Europa: si los griegos y españoles son capaces de aceptar reformas inducidas por una dama de hierro germana, la idea de un presidente europeo elegido por sufragio universal será un poco menos imposible.

Los comentaristas de los medios anglosajones como James Surowiecki o Niall Ferguson lo tienen claro: España o Grecia no están mucho peor que California o Michigan. Pero estos últimos estados pertenecen a una federación que hace transferencias financieras allí donde es necesario, y cuentan con una Reserva Federal que puede comprar deuda pública, a diferencia del Banco Central Europeo, atenazado por una cláusula del Tratado de Lisboa que le impide explícitamente socorrer a un estado miembro.

El proyecto europeo siempre ha sido indirecto, frío y gris. Como si Monnet y Schuman supiesen que la unidad europea jamás se conseguiría con llamadas a la implicación popular (el modelo Spinelli), sino por la cooptación de élites nacionales y por la famosa integración funcional (lenta, por sectores económicos) en lugar de una clara división competencial legible en una constitución.

La complejidad es la consecuencia inevitable de la diversidad, se suele afirmar. El ideal europeo defiende la compatibilidad de lo pequeño (de las casi trescientas regiones o naciones del continente europeo) con lo grande (un mercado común de 500 millones de personas, el más amplio del mundo). ¿Es posible sostener tal equilibrio?

En un reciente e interesantísimo libro (Euro-clash: The EU, European identity, and the future of Europe, Oxford, 2008), el sociólogo Neil Fligstein defiende la idea de que Europa está divida entre una nueva y emergente clase netamente europea (la mujer de negocios que viaja casi a diario en el Eurostar y acumula tres números de Seguridad Social de otros tantos países europeos, o el estudiante Erasmus que se queda a trabajar en el país de destino) y otra clase social de europeos (quizá la mayoritaria) que sólo conciben su vida dentro de los confines del viejo estado-nación, al que siguen pidiendo protección en medio de la tormenta financiera que nos asola. Los primeros estarían preparados para un mercado europeo en el que un holandés les pueda arrebatar una plaza de profesor universitario, porque saben que ellos podrán hacer lo mismo en Rotterdam. Los segundos ven en esa nueva Europa una ilusión fútil, el caballo de Troya del temido neo-liberalismo, o una reedición de las conquistas hitlerianas o napoleónicas al mando de una burocracia sin rostro.

¿Están los europeos preparados para revivir el viejo sueño de los Estados Unidos de Europa? ¿O prefieren que una tecnocracia no-electa revise las cuentas de los estados antes de que éstos las ratifiquen en sus parlamentos, con tal de mantener la ficción administrativa de que nada ha cambiado? El debate entre las dos Europas (la dinámica que pide libertad y movilidad frente a la reaccionaria que pide protección y seguridad) fascina a los americanos (Fligstein es profesor en California-Berkeley), pero parece eludir a los propios europeos. ¿Hasta cuándo?

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