jueves, junio 30, 2005

Enmarcando los cuatro días de marzo

11 de marzo de 2004. A primera hora de la mañana, varias mochilas bomba explotan en los trenes de cercanías de Madrid, causando 192 muertos y unos 1.500 heridos. El atentado se producía tres días antes de las elecciones generales del 14 de marzo. El conservador Partido Popular, al que todos los pronósticos auguraban una cómoda victoria, acabaría perdiendo en las urnas frente al socialdemócrata Partido Socialista. Un reciente documento de trabajo publicado por el Instituto Elcano examina los encuadramientos (frames) que gobierno y oposición utilizaron para favorecer una determinada interpretación de la masacre. El informe, realizado por el politólogo José A. Olmeda, de la Universidad Española de Educación a Distancia (UNED), se refiere a dos hipótesis que explicarían el vuelco electoral:

  • La hipótesis del miedo. Ante las noticias que apuntaban hacia la autoría islamista en la masacre, el pueblo español se amedrentó. Percibió el atentado como una (¿lógica?) represalia por la participación del gobierno Aznar en la guerra de Irak y votó a los socialdemócratas, que habían sintonizado con la mayoría de los españoles en su rechazo al apoyo gubernamental a la invasión y habían prometido la retirada de las tropas del país iraquí. En cierta manera, el terrorismo habría cumplido sus objetivos (forzar, a través del terror, un cambio de opinión pública) y habría sentado un peligroso precedente para las democracias liberales: los atentados en vísperas electorales pueden dar lugar a resultados que favorezcan los intereses de los terroristas. Los partidarios de esta deducción critican la actuación de la oposición socialdemócrata, que habría convocado (o, de no haber convocado, se habría aprovechado de) las manifestaciones que tuvieron lugar frente a las sedes del PP en varias ciudades españolas en la tarde del 13 de marzo. En estos flash mobs, cuyos participantes fueron convocados a través de páginas web de contra-información y teléfonos móviles, se increpaba al partido gobernante por su deliberado intento de culpabilizar a los terroristas vascos (ETA) y ocultar la autoría islamista por intereses electorales. El razonamiento era el siguiente: de hacer creer al público que los autores de la masacre eran los etarras, el PP revalidaría con creces su mayoría absoluta en el parlamento, pues era el partido que más se había significado en la lucha contra ETA; por el contrario, si el público interiorizaba la autoría islamista, la opinión pública se volvería contra el PP, puesto que el atentado se vería como una respuesta injusta-pero-comprensible a la participación española en la guerra de Irak.

  • La hipótesis del cambio latente. Según esta deducción, no habría habido tal vuelco electoral, sino la culminación del progresivo acercamiento del Partido Socialista al Partido Popular en intención de voto. De no haber existido el 11-M, los dos partidos habrían quedado casi empatados. Fue la errónea gestión de la información durante esos cuatro días de marzo (la insistencia en la intervención etarra frente a las evidencias de la autoría islamista) la que habría provocado que muchos abstencionistas de izquierdas se acercasen a las urnas para expresar su rechazo ante los intentos de manipulación del gobierno. La participación española en la invasión de Irak fue el último de una serie de desencuentros entre el gobierno y gran parte de los españoles, que ya habían expresado su malestar por la reforma de la enseñanza universitaria, la mala gestión de la crisis del petrolero Prestige y el desastre del avión Yak-42. El malestar contra el PP no habría sido flor de un día, sino el resultado de varios desencuentros entre el partido gobernante y sus gobernados.

¿Cuál es la hipótesis más plausible? Antes de dar una respuesta, a más de uno nos gustaría conocer los resultados de los tracking polls que se efectuaron entre los atentados y la jornada electoral, para conocer –aunque sea de manera aproximada- la evolución de la opinión pública a medida que se iba confirmando la autoría islamista y la hipótesis de ETA perdía credibilidad.


El informe de Olmeda examina la confrontación de dos frames, el gubernamental (“la autoría de ETA”) y el de la oposición (“el gobierno miente”). Para el autor del documento, una de las claves del fracaso del gobierno fue la débil argumentación de la intervención española en Irak en los meses previos a los atentados. De haber tratado de convencer a la opinión pública de la necesidad de la guerra, el gobierno Aznar podría haber asumido la participación islamista de la masacre. “Para el gobierno”, escribe Olmeda, “el problema consistía en que no era capaz de elaborar un encuadre omnicomprensivo que incluyese tanto a ETA como a al-Qaeda, de acuerdo con su propia conceptuación de terrorismo” (p. 34). Aznar ha sido uno de los grandes defensores de la teoría del one terrorism, que defiende que todos los terrorismos son iguales, independientemente del contexto en el que se produzcan. El propio presidente del gobierno, en sus declaraciones del 12 de marzo decía que “ninguna sociedad democrática puede admitir que hay terrorismos de géneros distintos o calificaciones morales, que hay terrorismos explicables o inexplicables”. ¿Perdió el PP las elecciones por su torticero manejo de la información en las idus de marzo, además de por su gestión ineficaz y autoritarista de crisis anteriores? ¿O porque una parte importante de la población española vio “explicable” el terrorismo islamista –una justa represalia por la guerra de Irak, inocentes por inocentes– y votó al partido que ofrecía el regreso de las tropas que participaban en dicha guerra?


Olmeda matiza que, a pesar de la obcecación del gobierno en la autoría etarra, las evidencias que apuntaban a la pista islamista nunca fueron ocultadas. Es más, se informó de ellas puntualmente: “El gobierno sostuvo, quizá con demasiada rigidez para algunos oídos, el encuadre de la autoría de ETA, pero siempre mencionó los datos relativos a la otra línea sin dilación” (p. 25). Sin embargo, y precisamente por esa insistencia, cabe pensar que el propio PP y Aznar dudaban de que la población española secundara sus tesis de que todos los terrorismos son iguales. La insistencia en la autoría etarra se podría haber debido, precisamente, a que se temía que los españoles considerasen los atentados de forma diferente dependiendo de su autoría: inexplicables en el caso de ser etarras, explicables si eran de corte islamista.


De las dos hipótesis enunciadas arriba, Olmeda se decanta por la del miedo: “El efecto fundamental es el miedo; este es el clima de opinión que posibilita culpar al gobierno en vez de a/junto con los terroristas” (p. 33).


Los cuatro días de marzo que cambiaron la historia de España (y quién sabe si la del mundo) son un campo de investigación apasionante para los estudiosos de la comunicación política. Además, en este caso, el gobierno y los medios tradicionales no fueron los únicos protagonistas. Los activistas sociales, concentrados el 13-M, jugaron también un papel relevante, quizá crucial. La editorial Los Libros de la Catarata acaba de sacar a la luz un libro coordinado por Víctor Sampedro, 13-M: Multitudes online, en el que varios investigadores estudian el qué, el cómo y el porqué de la que ya se conoce como la noche de los móviles.


A buen seguro, los cuatro días de marzo serán objeto de numerosos libros, artículos y tesis doctorales. Pocas veces la comunicación se reveló tan importante para la política, la democracia y la ciudadanía.

jueves, junio 02, 2005

El poder de los weblogs

En los últimos tiempos los weblogs sobre política y periodismo se han vuelto temibles para los medios tradicionales, al menos en Estados Unidos. A ellos se les atribuye la caída de una de las grandes esfinges catódicas de nuestro tiempo, Dan Rather. El periodista de la CBS adelantó su retirada de las cámaras después de que la blogsfera demostrara, con la colaboración espontánea de ciudadanos anónimos, la falsedad de los informes que cuestionaban el pasado militar del presidente Bush y que habían sido aireados por la CBS a bombo y platillo. En fechas recientes, un directivo de la CNN hubo de dimitir tras la insoportable presión de los bloggers, que se hicieron eco de unas declaraciones en las que este alto cargo había denunciado las muertes de varios periodistas por causa de acciones protagonizadas por el ejército estadounidense en Irak.

¿Se han convertido los blogs en un quinto poder? ¿Es este enjambre cibernético el mejor sustituto de los media watchdogs y los ombudsmen? ¿O han derivado en máquinas de producir rumores que atentan contra el honor de las personas? De todo hay y habrá en la viña de McLuhan. Quizá el mejor análisis disponible hasta el momento sobre el papel de los blogs en la comunicación política se encuentre en un informe preliminar del Pew Internet and American Life Project titulado Buzz, Blogs, and Beyond: The Internet and the National Discourse in the Fall of 2004. El estudio analiza el impacto de los blogs políticos en la agenda de temas de discusión nacional en Estados Unidos durante la campaña presidencial de 2004. Concluye que las bitácoras no fueron las que llevaron la batuta de los temas que se discutieron (o que escandalizaron) durante la campaña que enfrentó a Bush y a Kerry. Los bloggers políticos, dice el informe, fueron iniciadores y seguidores de ruido (buzz) en igual medida. Lo que sí consiguieron fue una discusión más profunda de temas como las referidas noticias de la CBS sobre el pasado militar de George Bush. Los presuntos informes militares que dieron lugar al llamado Rathergate podían ser analizados y contrastados por los propios internautas. Además, los blogs políticos más populares (como el conservador Instapundit o el liberal The Blogging of the President) sirvieron de guía a los periodistas de los medios tradicionales para conocer lo que se estaba debatiendo en los chats demócratas y republicanos.

La campaña del 2004 estuvo sazonada de los pequeños escándalos que tanto gustan a los gurús del márketing político norteamericano: el lesbianismo de la hija del vicepresidente Cheney, la deslealtad de Kerry al denunciar las atrocidades de sus compañeros en Vietnam, el sospechoso bulto de la chaqueta de Bush, que se dijo correspondía a un ingenio electrónico para recibir instrucciones durante los debates electorales... Para saber de qué manera circularon estos y otros asuntos, los autores del estudio analizaron el contenido de cuatro canales:

- Los blogs sobre política (los 40 más destacados)
- Los chats en los que los ciudadanos más politizados dejaban sus mensajes.
- Los webs, newsletters, y weblogs de los equipos de campaña de Kerry y Bush
- Los medios tradicionales (16 en total, entre periódicos impresos y webs de televisiones y radios)

Los investigadores identificaron los 20 temas principales en cada canal, y observaron las correspondencias entre unos medios y otros. Ningún actor particular se erigió en comandante del debate. “Los bloggers”, dice el informe en su página 17, “fueron seguidores y líderes de la agenda. No es posible discernir ningún camino de influencia mono-direccional.”

El trabajo de investigación finaliza con una sugerencia esperanzadora. Si el análisis crítico se impone al insulto fácil y a la caza de brujas, los blogs están en condiciones de convertirse en el perro guardián de los periodistas, un perro mucho más efectivo que los observatorios de medios institucionales: “El discurso nacional se podría beneficiar de un sector que favoreciese la transparencia sobre la opacidad, la conversación sobre la presentación, las pequeñas piezas sobre los grandes trabajos, la flexibilidad frente al anquilosamiento, lo abierto frente a lo conclusivo, la documentación sobre la descripción y, paradójicamente, la individualidad frente a la institucionalización” (p. 31). Que así sea.