“Me mata, me da la vida.” Así, con las mismas palabras con las que aquel entrañable señor del anuncio resumía su pasión por el Atlético de Madrid, podría explicarse la relación entre el Partido Republicano y los medios conservadores estadounidenses, o entre el Partido Popular español y el triunvirato formado por la Cadena Cope, Libertad Digital y El Mundo. Un reciente libro de Kathleen Hall Jamieson y Joseph N. Capella, Echo Chamber: Rush Limbaugh and the Conservative Media Establishment (Oxford, 2008), ofrece un detallado análisis de las funciones y efectos de la derecha mediática estadounidense, que en muchos aspectos podría aplicarse al contexto español.
La estrella de lo que se ha dado en llamar en círculos demócratas la “Republican Noise Machine” es Rush Limbaugh, locutor radiofónico sobre el que presuntamente se modeló la figura de su trasunto español, Federico Jiménez Losantos. Los otros dos pilares del conservadurismo mediático norteamericano serían el canal de televisión por cable Fox News y el diario The Wall Street Journal, recientemente adquirido por el magnate australiano Ruppert Murdock.
Hall Jamieson y Capella atribuyen al establishment mediático conservador la función de proveer al votante conservador con una “visión coherente del mundo político” (p. 237) apoyada en los principios forjados por la presidencia de Ronald Reagan. A saber: baja carga impositiva, apostasía del estado y equiparación de la protección social con una inmerecida recompensa a los vagos y parias del sistema. Hasta ahí nada sorprendente. Lo interesante es que Limbaugh y colegas influyen de manera determinante en la elección de candidatos republicanos, controlando la adhesión de éstos al credo conservador y criticando furibundamente el menor desvío de la ortodoxia. El McCain presidencial de hace ocho años y el Huckabee de las recientes primarias republicanas saben lo caro que resulta salirse del guión. Mariano Rajoy también.
Los autores cifran en tres los efectos de la derecha mediática americana en su audiencia: 1) El descrédito de los medios de comunicación convencionales, 2) la “balcanización del conocimiento y la intepretación” de la actualidad política mediante el refuerzo de marcos interpretativos que forjan una cámara de resonancia poco permeable a la persuasión de los argumentos de la izquierda, y 3) la radicalización de actitudes negativas hacia el adversario demócrata, que pasa a convertirse en un enemigo personal.
De los tres efectos, el más peligroso para la idealizada democracia deliberativa es el tercero. La comunicación partidista que triunfa en el actual ambiente de gran oferta de fuentes informativas será para muchos una bendición, una oportunidad para liberar a la audiencia de la hegemonía del centro-izquierda, a la que se despoja finalmente del marchamo de la objetividad. La exposición selectiva a mensajes coherentes con la orientación política del ciudadano es quizá una consecuencia inevitable de esta mayor disponibilidad de medios, y favorece igualmente a derecha y a izquierda. Pero la consideración del adversario como un traidor o un anti-patriota conduce a una polarización en la que ya no se espera convencer al contrario, sino borrarlo del mapa. El adversario no sólo tiene propuestas equivocadas; es que es moralmente malo.
El consensualismo de Obama y el centrismo de McCain dificultan una campaña polarizante. Cabe preguntarse si la derecha mediática estadounidense tratará a McCain con tibieza, desmovilizando al electorado más conservador, huérfano de un líder que respalde sus intereses. La figura de Obama tiene una fuerte connotación religiosa (“We are people of improbable hope”, dijo en Berlín) que podría apelar a sectores tan improbables como los propios evangélicos. El país parece necesitado de un mesianismo redentor, y ahí no hay competencia para el senador de Illinois.
El caso español
El inminente apagón analógico y la consiguiente universalización de la televisión digital será la oportunidad de oro para que la derecha mediática española se dote de un canal de televisión de referencia que funcione como el equivalente patrio de Fox News. Libertad Digital TV e Intereconomía TV son los actores mejor posicionados para asumir ese liderazgo.
Sin embargo, el credo de la derecha mediática española, por más que beba de los think tanks conservadores americanos, se perfila más libertario que conservador. Las llamadas a la liberalización de la economía tienen similar resonancia, hasta cierto punto, a ambas orillas del Atlántico, pero a este lado del océano falta el aglutinante de la religión. A menudo se olvida que Estados Unidos es una excepción en lo tocante al papel de la religión en la vida pública. Según las sucesivas oleadas de la World Values Survey, en ese aspecto los norteamericanos están más cerca de Turquía que de muchos otros países europeos. Además, el centro de gravedad de la opinión pública española está bastante más a la izquierda que el norteamericano en temas como los matrimonios homosexuales o la eutanasia. Así las cosas, el vacío religioso se sustituye en el caso español por la defensa de la unidad nacional ante los nacionalismos periféricos. Habría que añadir, quizá, el tema de la inmigración, aunque su gran volatilidad lo convierte en un arma que fácilmente puede estallarle a quien la manipule.
En conclusión, sorprenden las similitudes de funcionamiento de los respectivos triunviratos mediáticos a uno y otro lado del Atlántico. Fox, Limbaugh y The Wall Street Journal frente a Cope, Libertad Digital y El Mundo. Hall Jamieson y Capella revelan que Limbaugh destaca por su especial atención a la política doméstica y su descuido de la política internacional. El estudio del caso español está por hacer, pero algo similar podría ocurrir con Jiménez Losantos. Durante la guerra del Líbano del verano de 2006, mientras El Mundo publicaba notables reportajes propios sobre el terreno, las tertulias de la Cope obviaban prácticamente el tema, y ni siquiera lo abordaban para defender al bando israelí, como correspondería por su orientación ideológica. La radio-tertulia parece inclinarse sólo por temas susceptibles de galvanizar emocionalmente a la audiencia. La prensa, aún siendo partidista, mantiene un mayor nivel de calidad y pluralidad. Opinar, ya se sabe, es mucho más barato que informar.
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