La victoria de George W. Bush en las elecciones presidenciales de 2004 ha demostrado la eficiencia de la comunicación política below the line. Cierto es que el establishment liberal capitaneado por el New York Times y el Washington Post ha perdido fuelle frente a la irrupción de canales como Fox News (que este año superó en audiencia a las tres grandes networks durante la segunda sesión de la Convención Republicana en agosto) y el ascenso de periódicos de tinte conservador como The Washington Times.
Pero el verdadero éxito de los neocons de hoy se fraguó en los años 60, cuando el movimiento conservador en Estados Unidos era totalmente residual, cuando Barry Goldwater, autor de The conscience of a conservative, era objeto de burlas y no de adoración, cuando los aires bostonianos y liberales de Kennedy deslumbraban aún más que los vestidos de su sufrida consorte.
A Richard Viguerie, el maestro del mailing directo que sentó las bases de la revolución conservadora, se le atribuye una de esas reflexiones que hacen historia: “Amigos, reconozcámoslo: nunca conseguiremos una portada en el New York Times. Es hora de empezar a trabajar con otro esquema”. Así, décadas antes de la erosión del ágora común de los mass media, Viguerie comprendió que era posible pasar de los grandes medios y reclutar votos y voluntades a través del envío directo de propaganda electoral asistido por ordenador. Su libro America's Right Turn: How Conservatives Used New and Alternative Media to Take Power, coescrito con David Franke y publicado por Bonus Books en agosto de 2004, relata cómo la propaganda below the line aupó a Reagan al poder, y cómo este sistema, adaptado a la era de Internet, ha servido por igual a conservadores y a demócratas (recuérdese el éxito del candidato demócrata Howard Dean, que financió su campaña gracias al apoyo de internautas entusiastas).
El año 2004 ha sido un año de crisis para el New York Times. Tras los plagios de Jason Blair, el periódico tuvo que retractarse por dar como exclusivas las filtraciones interesadas del Ahmad Chalabi, aliado americano en la guerra de Irak.
La era de los medios masivos, a decir de Jay Rosen, es sólo una era, y no tiene por qué durar siempre. El significado de la retirada de los tres grandes anchors americanos, Tom Brokaw (NBC), Dan Rather (CBS) y Peter Jennings (ABC) epitomiza, según la revista The Economist, dos movimientos de poder. En primer lugar, los viejos medios pierden terreno frente a los nuevos. Y, en segundo lugar, el establishment liberal pierde poder frente a una cacofonía de nuevas voces más diversa.
Se abre, en definitiva, una nueva etapa. Para algunos, la de los periodistas en pijama (los bloggers como Andrew Sullivan). Para otros, una era más compleja, en la que los mass media convivirán con los otros media, que acturarán como una especie de mini-media-watchdogs, denunciando las irregularidades de los grandes periódicos, radios y televisiones. El public editor del New York Times, una versión mejorada de los discutibles “defensores del lector” (Daniel Okrent es una persona ajena a la redacción; los defensores del lector españoles son, las más de las veces, defensores de su propio periódico) no se entendería sin la influencia de los blogs fajadores, siempre atentos a los desmanes de la gran dama gris.
Es el fin del mundo (mediático) tal y como lo conocemos y, no sé a ustedes, pero a mí me encanta.
viernes, diciembre 31, 2004
lunes, diciembre 20, 2004
Ante la duda, libertad
La comparecencia de la representante de las víctimas de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2003 en Madrid ante una comisión de investigación del parlamento español ha reabierto el viejo dilema moral sobre la conveniencia de la reproducción masiva de imágenes en las que se observa la atrocidad de los atentados terroristas. Pilar Manjón aludió al sensacionalismo de algunos de medios de comunicación, que según su versión aprovecharon la matanza para subir sus índices de audiencia.
En este tipo de masacres indiscriminadas soy partidario de ocultar la identidad de las víctimas, pero no de censurar la crudeza de las imágenes. El periodismo debe transmitir el mundo de la manera más fiel posible, lo que significa reflejar toda la ruindad, toda la monstruosidad, toda la mezquindad de la que es capaz el ser humano, si es que merece seguir llamándose tal cuando se convierte en un asesino masivo.
Las imágenes de cuerpos desmembrados nos hacen apartar la vista de la televisión y exclamar “¡Dios mío!”. Pero lo que nos crea repulsa es también lo que nos hace reaccionar.
Contar las cosas como son (con su crudeza) puede herir algunas sensibilidades, pero también pone en marcha los mecanismos de defensa y solidaridad de toda la sociedad. Las manifestaciones en contra de los atentados no habrían sido tan masivas de haberse aplicado el control visual por el que tantos abogan dentro y fuera de la profesión periodística. Si empezamos a autocensurarnos en nombre del buen gusto, corremos el riesgo de no saber dónde parar. Sé que éste no es un debate fácil, y por supuesto está lleno de matices. Pero ante la duda, libertad.
En este tipo de masacres indiscriminadas soy partidario de ocultar la identidad de las víctimas, pero no de censurar la crudeza de las imágenes. El periodismo debe transmitir el mundo de la manera más fiel posible, lo que significa reflejar toda la ruindad, toda la monstruosidad, toda la mezquindad de la que es capaz el ser humano, si es que merece seguir llamándose tal cuando se convierte en un asesino masivo.
Las imágenes de cuerpos desmembrados nos hacen apartar la vista de la televisión y exclamar “¡Dios mío!”. Pero lo que nos crea repulsa es también lo que nos hace reaccionar.
Contar las cosas como son (con su crudeza) puede herir algunas sensibilidades, pero también pone en marcha los mecanismos de defensa y solidaridad de toda la sociedad. Las manifestaciones en contra de los atentados no habrían sido tan masivas de haberse aplicado el control visual por el que tantos abogan dentro y fuera de la profesión periodística. Si empezamos a autocensurarnos en nombre del buen gusto, corremos el riesgo de no saber dónde parar. Sé que éste no es un debate fácil, y por supuesto está lleno de matices. Pero ante la duda, libertad.
miércoles, diciembre 08, 2004
Issuecrawler: matemáticas aplicadas al estudio de la deliberación política
La aplicación Issuecrawler está llamada a ser la herramienta de software definitiva para estudiar la deliberación política en Internet. ¿En qué consiste? Se trata de un programa que busca las páginas web relacionadas con los sitios web en los que el investigador está interesado y luego dibuja el mapa resultante.
Issuecrawler ha sido desarrollado por Richard Rogers, director de govcom.org (una fundación radicada en Ámsterdam que tiene por cometido crear herramientas políticas en la web) y profesor de Comunicación en la Universidad de Ámsterdam.
Descubrí Issuecrawler leyendo el ensayo “Cyberspace, the Web Graph and Political Deliberation on the Internet”, escrito por Kenneth N. Farrall y Michael X. Delli Carpini, estudiante de doctorado y decano, respectivamente, de la Annenberg School for Communication (University of Pennsylvania). En este artículo, los autores utilizan el Issuecrawler para dibujar la red de websites que conforman la “Izquierda Progresista” (Progressive Left) de Estados Unidos.
¿Cómo funciona el Issuecrawler? El investigador introduce al menos dos websites relacionados con el tema de su interés y... voilá: tras unos minutos dedicados al rastreo de enlaces en Internet, la herramienta muestra un mapa en el que se puede observar la red de links construida por los websites inicialmente introducidos.
El algoritmo del Issuecrawler (este es, al fin y al cabo, un programa basado en la graph theory que tanto entusiasma a los matemáticos del momento) construye el mapa de tal modo en que uno puede ver cuáles son los nodos más importantes (aquellos websites que cuentan con más enlaces dirigidos a sus páginas) y los nodos periféricos.
Aunque acabo de descubrirlo, creo que Issuecrawler (y sus posteriores derivados, pues ya existe una versión dedicada a estudiar la estructura de enlaces de los blogs) es una de las herramientas más prometedoras para el estudio sociológico de la Red.
Confieso ser uno de esos “analfabetos matemáticos” de los que habla John Allen Paulos, pero reconozco que el álgebra, la aritmética, la estadística y demás parientes son aliados inevitables de la ciencia social. La revista The Economist hablaba no hace mucho (“Circles of friends. What maths tells us about us”, The Economist, 2 de octubre-8 de octubre de 2004, p. 79-80) de cómo la graph theory ha sido aplicada al estudio de los temás más variopintos. Desde las cadenas de mando de las redes terroristas hasta las relaciones amorosas en un instituto de secundaria. El límite lo pone la imaginación del investigador.
Por ejemplo, se me ocurre que con el Issuecrawler podría estudiarse la circulación de un determinado tema en la blogsfera, y cómo ese tema llega a tener presencia en los medios de comunicación tradicionales.
Un apunte final: Richard Rogers, el cerebro detrás del Issuecrawler, acaba de publicar el libro Information Politics on the Web (Cambridge, Mass.: The MIT Press, 2004), en el que desarrolla algunas teorías a partir del uso de su propio software.
Issuecrawler ha sido desarrollado por Richard Rogers, director de govcom.org (una fundación radicada en Ámsterdam que tiene por cometido crear herramientas políticas en la web) y profesor de Comunicación en la Universidad de Ámsterdam.
Descubrí Issuecrawler leyendo el ensayo “Cyberspace, the Web Graph and Political Deliberation on the Internet”, escrito por Kenneth N. Farrall y Michael X. Delli Carpini, estudiante de doctorado y decano, respectivamente, de la Annenberg School for Communication (University of Pennsylvania). En este artículo, los autores utilizan el Issuecrawler para dibujar la red de websites que conforman la “Izquierda Progresista” (Progressive Left) de Estados Unidos.
¿Cómo funciona el Issuecrawler? El investigador introduce al menos dos websites relacionados con el tema de su interés y... voilá: tras unos minutos dedicados al rastreo de enlaces en Internet, la herramienta muestra un mapa en el que se puede observar la red de links construida por los websites inicialmente introducidos.
El algoritmo del Issuecrawler (este es, al fin y al cabo, un programa basado en la graph theory que tanto entusiasma a los matemáticos del momento) construye el mapa de tal modo en que uno puede ver cuáles son los nodos más importantes (aquellos websites que cuentan con más enlaces dirigidos a sus páginas) y los nodos periféricos.
Aunque acabo de descubrirlo, creo que Issuecrawler (y sus posteriores derivados, pues ya existe una versión dedicada a estudiar la estructura de enlaces de los blogs) es una de las herramientas más prometedoras para el estudio sociológico de la Red.
Confieso ser uno de esos “analfabetos matemáticos” de los que habla John Allen Paulos, pero reconozco que el álgebra, la aritmética, la estadística y demás parientes son aliados inevitables de la ciencia social. La revista The Economist hablaba no hace mucho (“Circles of friends. What maths tells us about us”, The Economist, 2 de octubre-8 de octubre de 2004, p. 79-80) de cómo la graph theory ha sido aplicada al estudio de los temás más variopintos. Desde las cadenas de mando de las redes terroristas hasta las relaciones amorosas en un instituto de secundaria. El límite lo pone la imaginación del investigador.
Por ejemplo, se me ocurre que con el Issuecrawler podría estudiarse la circulación de un determinado tema en la blogsfera, y cómo ese tema llega a tener presencia en los medios de comunicación tradicionales.
Un apunte final: Richard Rogers, el cerebro detrás del Issuecrawler, acaba de publicar el libro Information Politics on the Web (Cambridge, Mass.: The MIT Press, 2004), en el que desarrolla algunas teorías a partir del uso de su propio software.
miércoles, noviembre 24, 2004
La “ciudadanía mediática” de Adela Cortina
Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, es (con el permiso de Victoria Camps) la gran teórica de la ciudadanía y la sociedad civil en la academia española.
Su último artículo en El País (24 de noviembre de 2004), habla de la necesidad de construir una “ciudadanía mediática”. Cortina aboga por aupar a los ciudadanos a la esfera pública de los medios de comunicación, extendiendo la participación ciudadana al día a día, más allá de las periódicas consultas electorales.
Para conseguir este objetivo, la autora insta a los medios a que se doten de una nueva ética que les ayude a cumplir su meta: “la de generar una opinión pública madura y responsable en esa esfera de la discusión abierta que debería ser la médula de las sociedades pluralistas”. Esta meta puede descomponerse, advierte Cortina, en otras cuatro exigencias que los medios de comunicación deberían satisfacer:
1) “Aumentar la libertad de los ciudadanos, al ampliar su información”
2) “Convertirse en plataforma para la libre expresión de las opiniones”
3) “Potenciar una opinión pública razonante (...) esa deliberación pública sin la que no hay democracia posible ni sociedad adulta, sin la que no existe público, sino masa o multitud”
4) “Entretener, tarea importante porque el ser humano es homo ludens, y no sólo homo faber y homo sapiens”
La propia autora concede la dificultad que entraña llevar estos ideales a la práctica, ya que ella misma admite que la información es “poder” (quien controla la definición pública de la realidad controla la auténtica realidad) y “mercancía” (más que servir al público, los medios venden audiencias para los anunciantes).
¿Qué hacer?, se pregunta Adela Cortina. Ella misma apunta algunas respuestas: “fomentar la poliarquía de centros mediáticos, potenciar la creación de asociaciones de consumidores que expresen su opinión y reivindiquen sus derechos. Y, sobre todo, forjar desde la profesión y las empresas mediáticas ese carácter que les permite alcanzar las metas que les son propias y, en lo que hace a los "consumidores", ir construyendo desde la escuela y la familia la capacidad de ejercer una ciudadanía activa también en el mundo de los medios de comunicación”.
Elevar al ciudadano medio a la esfera comunicativa pública es un loable intento. Durante la década de los 90, el movimiento profesional y académico conocido como “periodismo cívico” intentó hacer eso mismo, generando una fuerte división de opiniones en su país de origen, Estados Unidos. Los defensores veían en el civic journalism la esperada conversión de los medios en una especia de neo-ágora de la democracia deliberativa. Los críticos rechazaron la tendencia, a la que consideraban un peligroso giro populista que desembarcaría en la hiperdemocracia denunciada por Ortega en su legendario libro La rebelión de las masas. El público no siempre tiene la razón, ni todas sus opiniones son relevantes, argumentaban los críticos del periodismo cívico. Ese ánimo por diversificar las voces que aparecen en los medios lleva en muchos casos a sustituir las opiniones informadas de los expertos por el “balbuceo informe de excéntricos solitarios”, por utilizar palabras del periodista norteamericano Hal Crowter (citado en un excelente trabajo de José Luis Dader).
Para aquellos que busquen una manera práctica de llevar a la realidad los deseos de una mayor participación ciudadana en los medios de comunicación, sugiero consultar el ejemplo del programa By the People, emitido en ocasiones especiales por la PBS norteamericana e inspirado en las teorías de la democracia deliberativa. De hecho, el programa aplica una técnica de investigación sociológica conocida como deliberative polling, que combina la representatividad estadística de las encuestas con el conocimiento en profundidad que aportan los grupos de discusión.
Su último artículo en El País (24 de noviembre de 2004), habla de la necesidad de construir una “ciudadanía mediática”. Cortina aboga por aupar a los ciudadanos a la esfera pública de los medios de comunicación, extendiendo la participación ciudadana al día a día, más allá de las periódicas consultas electorales.
Para conseguir este objetivo, la autora insta a los medios a que se doten de una nueva ética que les ayude a cumplir su meta: “la de generar una opinión pública madura y responsable en esa esfera de la discusión abierta que debería ser la médula de las sociedades pluralistas”. Esta meta puede descomponerse, advierte Cortina, en otras cuatro exigencias que los medios de comunicación deberían satisfacer:
1) “Aumentar la libertad de los ciudadanos, al ampliar su información”
2) “Convertirse en plataforma para la libre expresión de las opiniones”
3) “Potenciar una opinión pública razonante (...) esa deliberación pública sin la que no hay democracia posible ni sociedad adulta, sin la que no existe público, sino masa o multitud”
4) “Entretener, tarea importante porque el ser humano es homo ludens, y no sólo homo faber y homo sapiens”
La propia autora concede la dificultad que entraña llevar estos ideales a la práctica, ya que ella misma admite que la información es “poder” (quien controla la definición pública de la realidad controla la auténtica realidad) y “mercancía” (más que servir al público, los medios venden audiencias para los anunciantes).
¿Qué hacer?, se pregunta Adela Cortina. Ella misma apunta algunas respuestas: “fomentar la poliarquía de centros mediáticos, potenciar la creación de asociaciones de consumidores que expresen su opinión y reivindiquen sus derechos. Y, sobre todo, forjar desde la profesión y las empresas mediáticas ese carácter que les permite alcanzar las metas que les son propias y, en lo que hace a los "consumidores", ir construyendo desde la escuela y la familia la capacidad de ejercer una ciudadanía activa también en el mundo de los medios de comunicación”.
Elevar al ciudadano medio a la esfera comunicativa pública es un loable intento. Durante la década de los 90, el movimiento profesional y académico conocido como “periodismo cívico” intentó hacer eso mismo, generando una fuerte división de opiniones en su país de origen, Estados Unidos. Los defensores veían en el civic journalism la esperada conversión de los medios en una especia de neo-ágora de la democracia deliberativa. Los críticos rechazaron la tendencia, a la que consideraban un peligroso giro populista que desembarcaría en la hiperdemocracia denunciada por Ortega en su legendario libro La rebelión de las masas. El público no siempre tiene la razón, ni todas sus opiniones son relevantes, argumentaban los críticos del periodismo cívico. Ese ánimo por diversificar las voces que aparecen en los medios lleva en muchos casos a sustituir las opiniones informadas de los expertos por el “balbuceo informe de excéntricos solitarios”, por utilizar palabras del periodista norteamericano Hal Crowter (citado en un excelente trabajo de José Luis Dader).
Para aquellos que busquen una manera práctica de llevar a la realidad los deseos de una mayor participación ciudadana en los medios de comunicación, sugiero consultar el ejemplo del programa By the People, emitido en ocasiones especiales por la PBS norteamericana e inspirado en las teorías de la democracia deliberativa. De hecho, el programa aplica una técnica de investigación sociológica conocida como deliberative polling, que combina la representatividad estadística de las encuestas con el conocimiento en profundidad que aportan los grupos de discusión.
Carta abierta a Carmen Caffarel
Ahora que el Comité para la Reforma de los Medios Públicos está a punto de emitir su veredicto, creo oportuno rescatar de mis archivos la carta abierta que en abril de este año dirigí a la directora del ente RTVE, Carmen Caffarel. Gracias a la mediación de un admirado profesor, la misiva llegó a manos de su destinataria, quien aseguró haber tomado en consideración mis humildes sugerencias. ¡Todo un placer por mi parte!
Santiago de Compostela, 14 de abril de 2004
Estimada Profesora Carmen Caffarel:
Leo en el periódico de hoy que usted será la próxima directora general del ente público Radio Televisión Española, por lo menos hasta que se reforme el estatuto que regula la radiotelevisión pública española. Suelo recibir con bastante desconfianza y escepticismo todas las llamadas a una reforma –siempre aplazada- de nuestra televisión pública. De alguna manera, todos hemos interiorizado el axioma de que la independencia política es incompatible con la televisión pública, al menos con la española. ¿Está la raíz del problema en el Estatuto de 1980, que concede al gobierno el control político de TVE? ¿O es un problema de cultura política que no se resolverá por mucho que se reforme el marco legal vigente? Quién sabe. Pero esta vez soy más optimista. Quizá por su condición profesional –una reconocida estudiosa de la comunicación- estoy dispuesto a darle mi voto de confianza para salir del marasmo. Para tener una televisión pública... decente.
Los retos que tiene delante no son fáciles. El servicio público de televisión, un concepto muy defendido y muy poco definido, lleva años en crisis. La BBC, una de las instituciones con más tradición en el Reino Unido y sin duda el servicio público de radiotelevisión de mayor prestigio mundial, está atravesando una crisis de identidad que habrá de resolverse con la renovación –o no- de la cédula real que regula su funcionamiento. En España, una televisión pública banal, con guiños continuos a la telebasura, no hace más que dar razón a las voces que piden a gritos su privatización.
Sin embargo, a pesar del negro panorama en el que estamos inmersos, creo que la televisión pública todavía tiene sentido. Y no lo digo por una convicción política personal. Lo digo porque soy consumidor diario de la BBC World y porque uno de los mejores reportajes televisivos que se han emitido sobre el infausto barco Prestige que asoló nuestras costas se emitió por la PBS, la televisión pública norteamericana.
Permítame pues, en esta breve carta, sugerirle unas modestas respuestas a dos preguntas que considero fundamentales: “¿Qué televisión pública queremos?” y “¿Cómo conseguirla?”.
I. ¿QUÉ TELEVISIÓN PÚBLICA QUEREMOS?
Habrá quien vea necesaria una pregunta previa a la que acabo de formular: “¿Realmente necesitamos una televisión pública?”. La televisión pública, tal y como la conocemos, es una herencia del pasado, como usted sabe mejor nadie. Estos son algunos de los argumentos que han justificado la existencia de los servicios públicos de radiotelevisión, que han sido matizados o rebatidos con el paso del tiempo:
LIMITACIONES TECNOLÓGICAS. El espectro radioeléctrico era un campo limitado, y la influencia social de la radiodifusión (que aún hoy muchos creen ilimitada) merecían someterse al control del Estado para evitar que unos mecanismos tan poderosos cayeran en manos privadas.
Sin embargo... la revolución digital ha terminado con esas limitaciones tecnológicas.
PLURALISMO INFORMATIVO. La prensa de papel está en manos privadas y defiende intereses empresariales que pueden o no coincidir con los de un determinado partido. La televisión pública vendría a garantizar el pluralismo ideológico representado en el parlamento.
Sin embargo... aunque la concentración empresarial de los medios es una amenaza que se cierne sobre Europa, no está claro que la televisión pública represente un contrapeso caracterizado por su pluralidad de miras. Es más bien, y en el caso español resulta evidente, un juguete político al servicio del gobierno.
CREACIÓN DE UNA COMUNIDAD. La radio pero, sobre todo, la televisión, era uno de los mecanismos de socialización más importantes. La idea de una nación común se ha construido a través de la ilusión de comunidad que proporcionan los medios de comunicación. La idea de España, Francia o Reino Unido se sostiene mejor con una televisión que con una policía y unas fronteras. En España, las autonomías se han consolidado como espacios institucionales gracias a las respectivas televisiones regionales.
Sin embargo... la visión de los medios como un lugar común que sustituía a la antigua ágora griega está en peligro, para bien o para mal. Crecen por doquier los medios alternativos y étnicos (sobre todo en Estados unidos) y la multitud de la oferta podría conducir a la disminución de referentes comunes en los que basar el debate público. La era de los medios “masivos” podría estar llegando a su fin.
Los cimientos que han sostenido a la televisión pública están por lo tanto, en entredicho. De querer seguir contando con una televisión pública, veo dos caminos a seguir, uno americanizante y otro europeizante:
1. EL AMERICANIZANTE: UNA TELEVISIÓN PÚBLICA BUENA, PERO RESIDUAL Y HASTA CIERTO PUNTO ABURRIDA. El papel de la televisión pública en Estados Unidos se considera anecdótico, pero la PBS (Public Broadcasting Sistem) está considerada como una buena red de televisión que educa y sirve para el debate público. Se podría privatizar TVE 1 (¿qué tiene la Primera que justifique su financiación con cargo a los presupuestos generales del Estado?) y potenciar La 2 como único canal público.
2. EL EUROPEIZANTE: UNA TELEVISIÓN PÚBLICA GENERALISTA, PERO COMO LAS DE ANTES, ENCARNADA EN TVE 1. LA 2 SEGUIRÍA SIENDO UN CANAL COMPLEMENTARIO Y ORIENTADO A AUDIENCIAS MÁS MINORITARIAS, PERO SE REFORMARÍA PARA HACERLO MÁS ATRACTIVO. En Europa la televisión pública cuenta con una gran tradición. El teórico francés Dominique Wolton (1) cree que sigue siendo necesaria una televisión pública generalista para seguir manteniendo la idea de comunidad y para fomentar la tolerancia. Wolton cree que la creación de canales temáticos no es la solución. Una televisión generalista al viejo estilo (con información, películas, debates, concursos tipo Un, Dos, Tres...) fomentaría la tolerancia entre los televidentes: “Ese programa de variedades que ven mis padres no me gusta. Pero durante el resto de la semana hay un espacio de debates como La Clave, por lo que en esta televisión cabemos todos: mis padres ‘carcas’ y yo”.
Esta segunda opción, la europeizante, sería la que más visos tendría de convertirse en realidad. Pero... ¿Es posible volver a una televisión como la de antes, en la que los debates políticos se emitían por la noche y no por la mañana, como ocurre ahora, en la que no había que programar el vídeo para poder ver una película clásica? No lo sé. Pero propongo volver al viejo espíritu con formas renovadas. Creo que es posible. Vuelvo al ejemplo de la televisión británica. Un canal meramente informativo como BBC World no sólo informa con rigor, sino que presenta un aspecto visual dinámico y atractivo... ¡hasta tal punto que la BBC se ha visto obligada a editar un CD de audio con la música de continuidad de la cadena!
La complementariedad entre La Primera y La 2 la ejemplificaría con un programa de libros. El espacio de Sánchez Dragó sigue siendo necesario, y merece mantenerse en La 2. Pero Dragó, con un programa que discurre a un nivel intelectual ‘high brow’, satisface a los lectores ya consolidados. ¿Pero que hacemos con la gente que no lee libros? Además de iniciativas como el nuevo Un, Dos, Tres –a mi juicio cuestionable- un programa de libros en La Primera debería dar la oportunidad al televidente de engancharse al discurso de la lectura y la cultura. Si, por ejemplo, decidimos invitar a un filósofo como el americano Richard Rorty, debemos contar con ese televidente que no tiene ni idea de quién es ese señor. Debemos introducirlo con un lenguaje audiovisual atractivo y dinámico, que no dé lugar al aburrimiento. Es posible. BBC World lo hacía hace una semana en su programa Profiles. Tampoco debemos caer en un extremismo utópico. Como recuerda Wolton, hay que darse cuenta de que hay cosas que no caben en televisión, al menos no en la televisión generalista. Por ejemplo: yo amo el teatro, pero creo firmemente que el mejor teatro televisado es el de las series de ficción, porque son ellas las que mejor se adaptan al dinamismo del lenguaje audiovisual. El teatro “a pelo”, para los teatros.
II. ¿CÓMO CONSEGUIR LA TELEVISIÓN PÚBLICA QUE QUEREMOS?
Reconozco que no puedo dar soluciones definitivas a un problema tan complejo como el de la reforma de la radiotelevisión pública. Pero sí creo que poder señalar los aspectos que necesitan una enmienda más urgente y apuntar algunos modelos a seguir:
1. REFORMA LEGISLATIVA PARA CONSEGUIR UNA TELEVISIÓN INDEPENDIENTE DEL PODER POLÍTICO. La imparcialidad y la objetividad, como la paz mundial y la erradicación del hambre, son casi imposibles de conseguir, pero vale la pena luchar día a día por ellas. En vez de una televisión pública independiente, uno abogaría por una televisión española ‘a la BBC’. Una televisión profesional y atractiva, que esté a la altura de los ciudadanos que la pagan. Una televisión en la que el Consejo de Administración deje de ser el cementerio de elefantes políticos de los partidos de la cámara.
Hay parlamentos autonómicos en los que se ha debatido (y como en el caso andaluz, aprobado y vuelto a desaprobar) la elección parlamentaria del director general de la radiotelevisión por un período no coincidente con el de la legislatura. No parece una panacea, pero puede ser un paso adelante. Quizá convendría mirar a Europa y estudiar los modelos a imitar, como los que se estudian en la obra La televisión pública en la Unión Europea, coordinada por el profesor González Encinar (2).
2. REFORMA DE LA POLÍTICA DE PROGRAMACIÓN, QUE DEBERÁ COMBINAR LA ATENCIÓN A AUDIENCIAS GENERALISTAS (LA PRIMERA) Y MINORITARIAS (LA 2). Lejos de una defensa del statu quo, el mantenimiento de las dos ofertas deberá significar una reforma que les devuelva su carta de naturaleza original. Este punto ya ha sido explicado más arriba, pero permítaseme ilustrar esta reforma con un programa concreto. Me refiero a Los Debates de La 2. ¿Cómo es posible que, con los muertos del 11-M en la retina, el debate de la segunda verse sobre los accidentes de tráfico? Un programa así debe tratar sobre debates sustantivos y actuales. Después del 11-M, lo que hay que hacer es un debate sobre el terrorismo islámico, convocando a expertos de donde haga falta (Real Instituto Elcano, universidades...). Si tenemos la guerra de Irak delante de nuestras narices, es una ocasión excepcional para debatir sobre el papel del petróleo como recurso energético básico y su posible sustitución por el hidrógeno. Los debates deberían estar precedidos de un reportaje periodístico bien documentado que pueda aportar contexto al espectador. Además, la audiencia podría participar a través de Internet proponiendo temas. Al final de cada programa se anunciaría el tema del de la siguiente semana, invitando a los televidentes a opinar y a buscar fuentes adicionales. Se podrían publicar resúmenes o transcripciones en Internet de estos debates sustantivos, que valen la pena, como hace la PBS.
En el terreno del entretenimiento, déjeme poner otro ejemplo clarividente. Antena 3 ha estrenado en España un formato de circulación internacional, La Selva de los Famosos. ¿Cabe este tipo de programas dentro de la TV pública? A mi juicio, no. Pero se puede utilizar un formato similar para ser educativos y entretenidos. ¿Cómo? De nuevo, recurro a la BBC, cadena que me sorprendió gratamente al emitir el espacio Rough Science (que podríamos traducir como “Ciencia en estado puro”). Un grupo de científicos (un biólogo, un ingeniero, un médico...) quedaban semiabandonados en una selva. La presentadora les proponía una serie de retos, que deberían resolver acudiendo a métodos científicos básicos. Así, se retaba a los concursantes a dibujar a escala el plano de la isla en la que estaban inmersos, a conocer la altura de la montaña central que presidía el paisaje y a grabar el sonido de los pájaros. Imagínese mi sorpresa cuando vi cómo estos científicos, sin más herramientas de sus propias manos, eran capaces de crear pasta de papel y pinceles para dibujar el mapa, un transportador de ángulos para calcular la altura de la montaña y un instrumento de pizarra para grabar el sonido. ¿No es esta una manera divertida de enseñar ciencia en un formato netamente televisivo?
3. RENTABILIZACIÓN COMERCIAL DE LAS PRODUCCIONES DE TVE. Estoy seguro de que en las estanterías de la televisión pública española languidecen programas que podrían tener una buena salida comercial. A imitación de la BBC y de la PBS, TVE debe potenciar un portal en Internet para dar salida a esos productos a través del comercio electrónico, que sin duda tendría una repercusión mundial para todos los hispanohablantes. Imagínense poder comprar DVD’s con magníficas entrevistas y documentales sobre escritores y artistas españoles actuales, por poner un ejemplo.
4. ERRADICACIÓN DE LA DEUDA HISTÓRICA. La politización de TVE no sólo ha influido en sus contenidos, sino también en su estructura de personal. No descubrimos nada si aludimos a los famosos integrantes de esa casta profesional conocida como “los de los pasillos”, colocados en el Ente Público por ser ‘amigos, hijos, sobrinos o novios de’ los sucesivos administradores. No quiero decir con esto que no haya excelentes profesionales en Televisión Española. Sin duda que los hay, y es a ellos a los que hay que dejar trabajar. Si no se procede a la privatización del primer canal (la opción americanizante a la que aludía), debería aprobarse un urgentísimo plan para el saneamiento de la deuda histórica de TVE. En este sentido, la gestión de Francisco Campos al frente de la Televisión de Galicia es un ejemplo a seguir. En la medida de lo posible, hay que ir a por el déficit cero. Y si el Estado asume la deuda histórica, habrá que garantizar que en el futuro no haya más endeudamiento.
5. ACTITUD ABIERTA HACIA LA INNOVACIÓN. La nueva Televisión Española, aprendiendo de su entorno europeo y americano, podría crear un nuevo modelo de televisión pública a imitar. ¿Por qué no? Hace dos veranos conocí a unos amigos polacos que se sorprendían por la emisión de telenovelas en el Canal Internacional de Televisión Española. Echaban en falta programas que reflejasen mejor el carácter activo, innovador y diverso de España, además de espacios que les sirvieran como referencia para aprender y practicar el español. De nuevo, y también a una escala internacional, se trata de que la televisión pública española esté a la altura de los españoles.
Soy plenamente consciente de que algunas de mis observaciones le parecerán obvias, otras las considerará utopías irrealizables, o quizá vías muertas o equivocadas. Entiéndalas más bien como humildes propuestas para el debate y para discusión sobre una de las instituciones clave en nuestra sociedad: la televisión (y la radio) que tendrá que dirigir. Por el bien y la salud de nuestra democracia, le deseo muchísima suerte.
Un saludo cordial,
Francisco Seoane Pérez
Notas:
1. Wolton, Dominique: Sobre la Comunicación. Madrid: Acento, 1999.
2. González Encinar, José Juan (ed.): La televisión pública en la Unión Europea. Madrid: McGraw-Hill, 1996.
Santiago de Compostela, 14 de abril de 2004
Estimada Profesora Carmen Caffarel:
Leo en el periódico de hoy que usted será la próxima directora general del ente público Radio Televisión Española, por lo menos hasta que se reforme el estatuto que regula la radiotelevisión pública española. Suelo recibir con bastante desconfianza y escepticismo todas las llamadas a una reforma –siempre aplazada- de nuestra televisión pública. De alguna manera, todos hemos interiorizado el axioma de que la independencia política es incompatible con la televisión pública, al menos con la española. ¿Está la raíz del problema en el Estatuto de 1980, que concede al gobierno el control político de TVE? ¿O es un problema de cultura política que no se resolverá por mucho que se reforme el marco legal vigente? Quién sabe. Pero esta vez soy más optimista. Quizá por su condición profesional –una reconocida estudiosa de la comunicación- estoy dispuesto a darle mi voto de confianza para salir del marasmo. Para tener una televisión pública... decente.
Los retos que tiene delante no son fáciles. El servicio público de televisión, un concepto muy defendido y muy poco definido, lleva años en crisis. La BBC, una de las instituciones con más tradición en el Reino Unido y sin duda el servicio público de radiotelevisión de mayor prestigio mundial, está atravesando una crisis de identidad que habrá de resolverse con la renovación –o no- de la cédula real que regula su funcionamiento. En España, una televisión pública banal, con guiños continuos a la telebasura, no hace más que dar razón a las voces que piden a gritos su privatización.
Sin embargo, a pesar del negro panorama en el que estamos inmersos, creo que la televisión pública todavía tiene sentido. Y no lo digo por una convicción política personal. Lo digo porque soy consumidor diario de la BBC World y porque uno de los mejores reportajes televisivos que se han emitido sobre el infausto barco Prestige que asoló nuestras costas se emitió por la PBS, la televisión pública norteamericana.
Permítame pues, en esta breve carta, sugerirle unas modestas respuestas a dos preguntas que considero fundamentales: “¿Qué televisión pública queremos?” y “¿Cómo conseguirla?”.
I. ¿QUÉ TELEVISIÓN PÚBLICA QUEREMOS?
Habrá quien vea necesaria una pregunta previa a la que acabo de formular: “¿Realmente necesitamos una televisión pública?”. La televisión pública, tal y como la conocemos, es una herencia del pasado, como usted sabe mejor nadie. Estos son algunos de los argumentos que han justificado la existencia de los servicios públicos de radiotelevisión, que han sido matizados o rebatidos con el paso del tiempo:
LIMITACIONES TECNOLÓGICAS. El espectro radioeléctrico era un campo limitado, y la influencia social de la radiodifusión (que aún hoy muchos creen ilimitada) merecían someterse al control del Estado para evitar que unos mecanismos tan poderosos cayeran en manos privadas.
Sin embargo... la revolución digital ha terminado con esas limitaciones tecnológicas.
PLURALISMO INFORMATIVO. La prensa de papel está en manos privadas y defiende intereses empresariales que pueden o no coincidir con los de un determinado partido. La televisión pública vendría a garantizar el pluralismo ideológico representado en el parlamento.
Sin embargo... aunque la concentración empresarial de los medios es una amenaza que se cierne sobre Europa, no está claro que la televisión pública represente un contrapeso caracterizado por su pluralidad de miras. Es más bien, y en el caso español resulta evidente, un juguete político al servicio del gobierno.
CREACIÓN DE UNA COMUNIDAD. La radio pero, sobre todo, la televisión, era uno de los mecanismos de socialización más importantes. La idea de una nación común se ha construido a través de la ilusión de comunidad que proporcionan los medios de comunicación. La idea de España, Francia o Reino Unido se sostiene mejor con una televisión que con una policía y unas fronteras. En España, las autonomías se han consolidado como espacios institucionales gracias a las respectivas televisiones regionales.
Sin embargo... la visión de los medios como un lugar común que sustituía a la antigua ágora griega está en peligro, para bien o para mal. Crecen por doquier los medios alternativos y étnicos (sobre todo en Estados unidos) y la multitud de la oferta podría conducir a la disminución de referentes comunes en los que basar el debate público. La era de los medios “masivos” podría estar llegando a su fin.
Los cimientos que han sostenido a la televisión pública están por lo tanto, en entredicho. De querer seguir contando con una televisión pública, veo dos caminos a seguir, uno americanizante y otro europeizante:
1. EL AMERICANIZANTE: UNA TELEVISIÓN PÚBLICA BUENA, PERO RESIDUAL Y HASTA CIERTO PUNTO ABURRIDA. El papel de la televisión pública en Estados Unidos se considera anecdótico, pero la PBS (Public Broadcasting Sistem) está considerada como una buena red de televisión que educa y sirve para el debate público. Se podría privatizar TVE 1 (¿qué tiene la Primera que justifique su financiación con cargo a los presupuestos generales del Estado?) y potenciar La 2 como único canal público.
2. EL EUROPEIZANTE: UNA TELEVISIÓN PÚBLICA GENERALISTA, PERO COMO LAS DE ANTES, ENCARNADA EN TVE 1. LA 2 SEGUIRÍA SIENDO UN CANAL COMPLEMENTARIO Y ORIENTADO A AUDIENCIAS MÁS MINORITARIAS, PERO SE REFORMARÍA PARA HACERLO MÁS ATRACTIVO. En Europa la televisión pública cuenta con una gran tradición. El teórico francés Dominique Wolton (1) cree que sigue siendo necesaria una televisión pública generalista para seguir manteniendo la idea de comunidad y para fomentar la tolerancia. Wolton cree que la creación de canales temáticos no es la solución. Una televisión generalista al viejo estilo (con información, películas, debates, concursos tipo Un, Dos, Tres...) fomentaría la tolerancia entre los televidentes: “Ese programa de variedades que ven mis padres no me gusta. Pero durante el resto de la semana hay un espacio de debates como La Clave, por lo que en esta televisión cabemos todos: mis padres ‘carcas’ y yo”.
Esta segunda opción, la europeizante, sería la que más visos tendría de convertirse en realidad. Pero... ¿Es posible volver a una televisión como la de antes, en la que los debates políticos se emitían por la noche y no por la mañana, como ocurre ahora, en la que no había que programar el vídeo para poder ver una película clásica? No lo sé. Pero propongo volver al viejo espíritu con formas renovadas. Creo que es posible. Vuelvo al ejemplo de la televisión británica. Un canal meramente informativo como BBC World no sólo informa con rigor, sino que presenta un aspecto visual dinámico y atractivo... ¡hasta tal punto que la BBC se ha visto obligada a editar un CD de audio con la música de continuidad de la cadena!
La complementariedad entre La Primera y La 2 la ejemplificaría con un programa de libros. El espacio de Sánchez Dragó sigue siendo necesario, y merece mantenerse en La 2. Pero Dragó, con un programa que discurre a un nivel intelectual ‘high brow’, satisface a los lectores ya consolidados. ¿Pero que hacemos con la gente que no lee libros? Además de iniciativas como el nuevo Un, Dos, Tres –a mi juicio cuestionable- un programa de libros en La Primera debería dar la oportunidad al televidente de engancharse al discurso de la lectura y la cultura. Si, por ejemplo, decidimos invitar a un filósofo como el americano Richard Rorty, debemos contar con ese televidente que no tiene ni idea de quién es ese señor. Debemos introducirlo con un lenguaje audiovisual atractivo y dinámico, que no dé lugar al aburrimiento. Es posible. BBC World lo hacía hace una semana en su programa Profiles. Tampoco debemos caer en un extremismo utópico. Como recuerda Wolton, hay que darse cuenta de que hay cosas que no caben en televisión, al menos no en la televisión generalista. Por ejemplo: yo amo el teatro, pero creo firmemente que el mejor teatro televisado es el de las series de ficción, porque son ellas las que mejor se adaptan al dinamismo del lenguaje audiovisual. El teatro “a pelo”, para los teatros.
II. ¿CÓMO CONSEGUIR LA TELEVISIÓN PÚBLICA QUE QUEREMOS?
Reconozco que no puedo dar soluciones definitivas a un problema tan complejo como el de la reforma de la radiotelevisión pública. Pero sí creo que poder señalar los aspectos que necesitan una enmienda más urgente y apuntar algunos modelos a seguir:
1. REFORMA LEGISLATIVA PARA CONSEGUIR UNA TELEVISIÓN INDEPENDIENTE DEL PODER POLÍTICO. La imparcialidad y la objetividad, como la paz mundial y la erradicación del hambre, son casi imposibles de conseguir, pero vale la pena luchar día a día por ellas. En vez de una televisión pública independiente, uno abogaría por una televisión española ‘a la BBC’. Una televisión profesional y atractiva, que esté a la altura de los ciudadanos que la pagan. Una televisión en la que el Consejo de Administración deje de ser el cementerio de elefantes políticos de los partidos de la cámara.
Hay parlamentos autonómicos en los que se ha debatido (y como en el caso andaluz, aprobado y vuelto a desaprobar) la elección parlamentaria del director general de la radiotelevisión por un período no coincidente con el de la legislatura. No parece una panacea, pero puede ser un paso adelante. Quizá convendría mirar a Europa y estudiar los modelos a imitar, como los que se estudian en la obra La televisión pública en la Unión Europea, coordinada por el profesor González Encinar (2).
2. REFORMA DE LA POLÍTICA DE PROGRAMACIÓN, QUE DEBERÁ COMBINAR LA ATENCIÓN A AUDIENCIAS GENERALISTAS (LA PRIMERA) Y MINORITARIAS (LA 2). Lejos de una defensa del statu quo, el mantenimiento de las dos ofertas deberá significar una reforma que les devuelva su carta de naturaleza original. Este punto ya ha sido explicado más arriba, pero permítaseme ilustrar esta reforma con un programa concreto. Me refiero a Los Debates de La 2. ¿Cómo es posible que, con los muertos del 11-M en la retina, el debate de la segunda verse sobre los accidentes de tráfico? Un programa así debe tratar sobre debates sustantivos y actuales. Después del 11-M, lo que hay que hacer es un debate sobre el terrorismo islámico, convocando a expertos de donde haga falta (Real Instituto Elcano, universidades...). Si tenemos la guerra de Irak delante de nuestras narices, es una ocasión excepcional para debatir sobre el papel del petróleo como recurso energético básico y su posible sustitución por el hidrógeno. Los debates deberían estar precedidos de un reportaje periodístico bien documentado que pueda aportar contexto al espectador. Además, la audiencia podría participar a través de Internet proponiendo temas. Al final de cada programa se anunciaría el tema del de la siguiente semana, invitando a los televidentes a opinar y a buscar fuentes adicionales. Se podrían publicar resúmenes o transcripciones en Internet de estos debates sustantivos, que valen la pena, como hace la PBS.
En el terreno del entretenimiento, déjeme poner otro ejemplo clarividente. Antena 3 ha estrenado en España un formato de circulación internacional, La Selva de los Famosos. ¿Cabe este tipo de programas dentro de la TV pública? A mi juicio, no. Pero se puede utilizar un formato similar para ser educativos y entretenidos. ¿Cómo? De nuevo, recurro a la BBC, cadena que me sorprendió gratamente al emitir el espacio Rough Science (que podríamos traducir como “Ciencia en estado puro”). Un grupo de científicos (un biólogo, un ingeniero, un médico...) quedaban semiabandonados en una selva. La presentadora les proponía una serie de retos, que deberían resolver acudiendo a métodos científicos básicos. Así, se retaba a los concursantes a dibujar a escala el plano de la isla en la que estaban inmersos, a conocer la altura de la montaña central que presidía el paisaje y a grabar el sonido de los pájaros. Imagínese mi sorpresa cuando vi cómo estos científicos, sin más herramientas de sus propias manos, eran capaces de crear pasta de papel y pinceles para dibujar el mapa, un transportador de ángulos para calcular la altura de la montaña y un instrumento de pizarra para grabar el sonido. ¿No es esta una manera divertida de enseñar ciencia en un formato netamente televisivo?
3. RENTABILIZACIÓN COMERCIAL DE LAS PRODUCCIONES DE TVE. Estoy seguro de que en las estanterías de la televisión pública española languidecen programas que podrían tener una buena salida comercial. A imitación de la BBC y de la PBS, TVE debe potenciar un portal en Internet para dar salida a esos productos a través del comercio electrónico, que sin duda tendría una repercusión mundial para todos los hispanohablantes. Imagínense poder comprar DVD’s con magníficas entrevistas y documentales sobre escritores y artistas españoles actuales, por poner un ejemplo.
4. ERRADICACIÓN DE LA DEUDA HISTÓRICA. La politización de TVE no sólo ha influido en sus contenidos, sino también en su estructura de personal. No descubrimos nada si aludimos a los famosos integrantes de esa casta profesional conocida como “los de los pasillos”, colocados en el Ente Público por ser ‘amigos, hijos, sobrinos o novios de’ los sucesivos administradores. No quiero decir con esto que no haya excelentes profesionales en Televisión Española. Sin duda que los hay, y es a ellos a los que hay que dejar trabajar. Si no se procede a la privatización del primer canal (la opción americanizante a la que aludía), debería aprobarse un urgentísimo plan para el saneamiento de la deuda histórica de TVE. En este sentido, la gestión de Francisco Campos al frente de la Televisión de Galicia es un ejemplo a seguir. En la medida de lo posible, hay que ir a por el déficit cero. Y si el Estado asume la deuda histórica, habrá que garantizar que en el futuro no haya más endeudamiento.
5. ACTITUD ABIERTA HACIA LA INNOVACIÓN. La nueva Televisión Española, aprendiendo de su entorno europeo y americano, podría crear un nuevo modelo de televisión pública a imitar. ¿Por qué no? Hace dos veranos conocí a unos amigos polacos que se sorprendían por la emisión de telenovelas en el Canal Internacional de Televisión Española. Echaban en falta programas que reflejasen mejor el carácter activo, innovador y diverso de España, además de espacios que les sirvieran como referencia para aprender y practicar el español. De nuevo, y también a una escala internacional, se trata de que la televisión pública española esté a la altura de los españoles.
Soy plenamente consciente de que algunas de mis observaciones le parecerán obvias, otras las considerará utopías irrealizables, o quizá vías muertas o equivocadas. Entiéndalas más bien como humildes propuestas para el debate y para discusión sobre una de las instituciones clave en nuestra sociedad: la televisión (y la radio) que tendrá que dirigir. Por el bien y la salud de nuestra democracia, le deseo muchísima suerte.
Un saludo cordial,
Francisco Seoane Pérez
Notas:
1. Wolton, Dominique: Sobre la Comunicación. Madrid: Acento, 1999.
2. González Encinar, José Juan (ed.): La televisión pública en la Unión Europea. Madrid: McGraw-Hill, 1996.
martes, noviembre 23, 2004
Presentación
Hay dos maneras de entender la comunicación política: como profesión y como campo de investigación académica.
Como profesión, la comunicación política es sinónimo de márketing electoral. Se concibe al votante como un consumidor que debe elegir entre una gama de productos, en este caso líderes y partidos políticos. Periodistas, publicistas, politólogos y sociólogos figuran entre los profesionales que tienen como misión vender al candidato.
Como campo de investigación académica, la comunicación política consiste en el estudio de la relación entre los tres vértices del triángulo formado por los medios de comunicación, la democracia y la ciudadanía. Se trata de un terreno conflictivo (los políticos y los periodistas casi nunca se ven reflejados en el retrato del investigador) pero sumamente interesante para los profesores universitarios de disciplinas como la Sociología, la Ciencia Política o la Comunicación.
Aunque una y otra definiciones están relacionadas (no son pocos los profesores ofrecen servicios de consultoría política), el interés de este weblog se centra en la acepción académica del término.
Si bien prestaremos una atención especial a los últimos estudios científicos desarrollados dentro de este campo académico, procuraremos también comentar, con las gafas del investigador social, aquellas noticias que guarden relación con la comunicación política.
Bienvenidos a bordo.
Como profesión, la comunicación política es sinónimo de márketing electoral. Se concibe al votante como un consumidor que debe elegir entre una gama de productos, en este caso líderes y partidos políticos. Periodistas, publicistas, politólogos y sociólogos figuran entre los profesionales que tienen como misión vender al candidato.
Como campo de investigación académica, la comunicación política consiste en el estudio de la relación entre los tres vértices del triángulo formado por los medios de comunicación, la democracia y la ciudadanía. Se trata de un terreno conflictivo (los políticos y los periodistas casi nunca se ven reflejados en el retrato del investigador) pero sumamente interesante para los profesores universitarios de disciplinas como la Sociología, la Ciencia Política o la Comunicación.
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Si bien prestaremos una atención especial a los últimos estudios científicos desarrollados dentro de este campo académico, procuraremos también comentar, con las gafas del investigador social, aquellas noticias que guarden relación con la comunicación política.
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