De materializarse algún día el Ministerio de Finanzas Europeo que propone el presidente del Banco Central Europeo Jean Claude Trichet para la eurozona, con una fiscalidad única, se produciría uno de esos ‘derrames’ involuntarios que predice la teoría funcional de integración: una decisión previa (la adopción de una moneda única) hace inevitable otra medida colateral (armonización fiscal) para que la primera decisión (integración monetaria) sea totalmente viable. Llama la atención que Trichet hable ya de una "confederación europea", un tipo de forma política que era la que usaba Giandomenico Majone en su seminal libro Dilemmas of European integration (Oxford, 2005) para describir a la actual Unión Europea.
Si la UE es ya una confederación de facto, las consecuencias para la democracia a escala europea no son inocuas, como defiendo en mi tesis doctoral en la Universidad de Leeds: los constituyentes de una confederación son los Estados, no los ciudadanos, de ahí que la comunicación política de Europa no pueda ser la de una democracia liberal tradicional. Otro gallo cantaría si hablásemos de una federación, pero para ello necesitaríamos que esa cosa llamada identidad europea no fuese algo exclusivo de los funcionarios de la Comisión o los estudiantes del Colegio de Europa en Brujas. Quizá la vía más lógica para la creación de una federación por vía pacífica sea la construcción de una confederación con sigilo, by stealth... vamos, al estilo EUropeo. Lo que trae a mi cabeza el fabuloso libro de Larry Siendentop, Democracy in Europe (Penguin, 2000, del que hay traducción al español en Siglo XXI Editores, 2001), en el que se establecen interesantes paralelismos entre los EE.UU. y la U.E. y se reflexiona sobre el papel que podría tener la ya difunta Constitución Europea en la integración del viejo continente.
No recuerdo si fue el ‘Pasquino’ o el ‘Pastor’ (fueron mis primeros manuales de Ciencia Política, que identificábamos con el nombre de sus respectivos autores). El caso es que en uno de ellos se definía al Estado como “truchimán”. El Diccionario de la Real Academia Española explica el significado de este nombre: “Persona sagaz y astuta, poco escrupulosa en su proceder.” ¿Lo aplicamos también a la Unión Europea?
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