viernes, julio 25, 2008

Obama, el cosmopolita pragmático

Soy un berlinés, dijo Kennedy a la multitud que lo jaleaba en la capital alemana en 1963, mientras la Unión Soviética levantaba el famoso muro. Soy un ciudadano del mundo, dijo ayer Obama a los miles de seguidores que lo saludaban en las calles berlinesas, encandilados por su potente retórica.

El cosmopolitismo es una de las corrientes filosóficas que más terreno ha ganado últimamente en la academia. Con raíces en la Grecia Clásica y en el universalismo pacifista de Kant, la interconexión del mundo actual ha revitalizado la idea de “un sólo mundo”, como rezaba una de las pancartas colgadas en el puente de San Francisco al paso de la llama olímpica china. Sin ir más lejos, la reciente guerra de Irak enfrentó a la traditional realpolitik norteamericana con el multilateralismo de raigambre europeísta. El discurso de Obama es un claro intento de unir lo que Ortega y Gasset llamó “los dos lóbulos de Occidente”: Europa y Estados Unidos.

El Obama del discurso de Berlín es un cosmopolita pragmático. Su referencia a la OTAN como la mayor alianza de paz de la historia no fue gratuita. Obama intentó la cuadratura del círculo. Por una parte, reconoció la necesidad de colaborar en la derrota de amenazas comunes que ni la más grande de las potencias puede afrontar en solitario. Por la otra, su apoyo a la OTAN (“la alianza más grande jamás creada para defender nuestra seguridad común”) fue una implícita negación de los sueños de una federación mundial, cuyo embrión fue la difunta Sociedad de Naciones, madre de la actual Organización de Naciones Unidas (ONU).

El debate entre proto-federaciones mundiales (tipo ONU) y alianzas estratégicas entre estados-nación (tipo OTAN) ha sido una constante durante el Siglo XX. Habrá quien no se lo acabe de creer, pero en plena Segunda Guerra Mundial el manifiesto cosmopolita One World del -¡Republicano!- Wendell Willkie fue todo un superventas en 1943. La idea, tan europea, de que la mutua dependencia favorece la paz, tenía todavía vigor en los Estados Unidos. Walter Lippmann no tardaría en responder. Como nos recuerda Ronald Steel en su magnífica biografía sobre el insigne periodista y asesor de presidentes, Lippmann sacó a la luz el libro U.S. Foreign Policy: Shield of the Republic en abril de 1943. También cosechó éxito en las librerías y, sobre todo, en el Despacho Oval. Steel resume así la posición de Lippmann, que sería suscrita en su totalidad por los futuros presidentes de Estados Unidos: “La seguridad se basa en el poder, no en principios abstractos. Las alianzas y las esferas de influencia, y no una mayoría de votos en una asamblea internacional, son las que gobernarán el comportamiento de las naciones.” (Steel, 1980, p. 407).

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 se prepararon en Alemania y Pakistán, y sobre suelo americano perecieron víctimas de todas las nacionalidades, recuerda Obama. Pero que nadie espere que el primer presidente negro se convierta en un acérrimo defensor de proto-federaciones mundiales como la ONU. Quizá porque, mal que nos pese, el mundo en que vivimos dista mucho del ideal kantiano. Pero tendremos en la Casa Blanca a un cosmopolita pragmático, que no es poco. Ojalá haga suya la famosa frase de Terencio: “Humano soy, y nada humano me es ajeno.”

Referencias:

Steel, Ronald. 1980. Walter Lippmann and the American Century. Boston & Toronto: Little, Brown and Company.

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