Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, es (con el permiso de Victoria Camps) la gran teórica de la ciudadanía y la sociedad civil en la academia española.
Su último artículo en El País (24 de noviembre de 2004), habla de la necesidad de construir una “ciudadanía mediática”. Cortina aboga por aupar a los ciudadanos a la esfera pública de los medios de comunicación, extendiendo la participación ciudadana al día a día, más allá de las periódicas consultas electorales.
Para conseguir este objetivo, la autora insta a los medios a que se doten de una nueva ética que les ayude a cumplir su meta: “la de generar una opinión pública madura y responsable en esa esfera de la discusión abierta que debería ser la médula de las sociedades pluralistas”. Esta meta puede descomponerse, advierte Cortina, en otras cuatro exigencias que los medios de comunicación deberían satisfacer:
1) “Aumentar la libertad de los ciudadanos, al ampliar su información”
2) “Convertirse en plataforma para la libre expresión de las opiniones”
3) “Potenciar una opinión pública razonante (...) esa deliberación pública sin la que no hay democracia posible ni sociedad adulta, sin la que no existe público, sino masa o multitud”
4) “Entretener, tarea importante porque el ser humano es homo ludens, y no sólo homo faber y homo sapiens”
La propia autora concede la dificultad que entraña llevar estos ideales a la práctica, ya que ella misma admite que la información es “poder” (quien controla la definición pública de la realidad controla la auténtica realidad) y “mercancía” (más que servir al público, los medios venden audiencias para los anunciantes).
¿Qué hacer?, se pregunta Adela Cortina. Ella misma apunta algunas respuestas: “fomentar la poliarquía de centros mediáticos, potenciar la creación de asociaciones de consumidores que expresen su opinión y reivindiquen sus derechos. Y, sobre todo, forjar desde la profesión y las empresas mediáticas ese carácter que les permite alcanzar las metas que les son propias y, en lo que hace a los "consumidores", ir construyendo desde la escuela y la familia la capacidad de ejercer una ciudadanía activa también en el mundo de los medios de comunicación”.
Elevar al ciudadano medio a la esfera comunicativa pública es un loable intento. Durante la década de los 90, el movimiento profesional y académico conocido como “periodismo cívico” intentó hacer eso mismo, generando una fuerte división de opiniones en su país de origen, Estados Unidos. Los defensores veían en el civic journalism la esperada conversión de los medios en una especia de neo-ágora de la democracia deliberativa. Los críticos rechazaron la tendencia, a la que consideraban un peligroso giro populista que desembarcaría en la hiperdemocracia denunciada por Ortega en su legendario libro La rebelión de las masas. El público no siempre tiene la razón, ni todas sus opiniones son relevantes, argumentaban los críticos del periodismo cívico. Ese ánimo por diversificar las voces que aparecen en los medios lleva en muchos casos a sustituir las opiniones informadas de los expertos por el “balbuceo informe de excéntricos solitarios”, por utilizar palabras del periodista norteamericano Hal Crowter (citado en un excelente trabajo de José Luis Dader).
Para aquellos que busquen una manera práctica de llevar a la realidad los deseos de una mayor participación ciudadana en los medios de comunicación, sugiero consultar el ejemplo del programa By the People, emitido en ocasiones especiales por la PBS norteamericana e inspirado en las teorías de la democracia deliberativa. De hecho, el programa aplica una técnica de investigación sociológica conocida como deliberative polling, que combina la representatividad estadística de las encuestas con el conocimiento en profundidad que aportan los grupos de discusión.
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