Crédito de la imagen: Euroacademia.eu
Profesor emérito del Instituto Universitario Europeo de Florencia, Giandomenico Majone es uno de los autores clave de la teoría de la integración europea. Se le encuadra, junto a Andrew Moravcsik, en la escuela intergubernamental (la que explica la unidad europea según el interés consciente de sus estados miembros), aunque él se ha forjado su propia escuela, la ‘regulatoria’, que concibe a la UE como una pseudo-confederación que haría mejor, a su juicio, en imitar el gobierno compuesto de la Europa medieval que un nuevo estado pan-europeo. “A veces me tildan de euroescéptico”, dijo en una reciente conferencia en Viena organizada por la fundación Euroacademia, “nada más lejos de la realidad. Incluso podría ser un federalista, si creyese en la viabilidad de semejante proyecto.”
Para Majone, el principal defecto de los padres fundadores de la actual UE, así como el de los eurócratas contemporáneos, es el de intentar hacer de la Unión Europea un estado federal. Europa, dice Majone siguiendo a Eric Jones, autor del libro The European miracle (1981), estaba unida cultural y económicamente antes de la existencia de la actual UE, incluso antes de la llegada del nacionalismo, invento relativamente reciente que dotó de legitimidad popular a los estados nación. Afirmaciones como la de Merkel o Sarkozy, de que el final del euro sería el final de Europa son, a juicio de Majone, exageraciones carentes de sentido. “Los federalistas nunca han prestado atención a las limitaciones intrínsecas, y eso ha llevado a la situación que tenemos hoy en día”. En su opinión, el proyecto de moneda única es el ejemplo más claro de “una cultura política de total optimismo”. No había plan B por si fallaba el euro, como tampoco lo había por si los referendos constitutionales salían negativos.
El proyecto de una moneda única no siguió el método Monnet de integración paulatina. Fue un salto cualitativo. En vez de empezar con un grupo reducido de países, se optó por cuantos más países mejor. Una integración monetaria progresiva que tuviese a Alemania y a su área de influencia como protagonistas era temida por Francia, que apostaba por integrar a más países, a fin de hacer la unión monetaria lo menos alemana posible. “Obviamente”, afirma Majone, “a más países, mayor heterogeneidad. En una situación como la actual, una política monetaria centralizada significa que habrá países –los periféricos– que sufran mucho.” Si continuamos apoyando una unión monetaria de la presente escala, habrá que centralizar los presupuestos y la política social, pero a día de hoy las diferencias económicas y sociales entre los países miembros son enormes, avisa Majone.
A este respecto, Majone trae a colación un artículo del economista austríaco Friedrich Hayek, que en 1939 trataba de responder a las consecuencias de una posible conversión de la Commonwealth británica en una federación. Sus conclusiones tienen relevancia para la Europa de hoy: en una unión de países muy desiguales económica y socialmente, los estados miembros de esa hipotética federación tendrán muy poco margen de maniobra y autonomía para ejecutar políticas domésticas. Además, la federación estará siempre presa de la inestabilidad que supone aplicar políticas redistributivas en países que no son cultural y socialmente homogéneos. La renuencia de Alemania a pagar la factura griega sería un claro ejemplo de este peligro.
La actual crisis es, en opinión de Majone, una oportunidad magnífica para pensar modos de integración europea que vayan más allá del modelo del estado nación, o de la federación pan-europea. “Muchos eurócratas desconocen la propia historia de Europa”, apunta el profesor, que invita a estudiar otros ejemplos históricos de integración, como la Liga Hanseática.
Hace diez años, cuando se dio luz verde al euro, hubo Premios Nobel de Economía como Milton Friedman que alertaron de sus peligros potenciales. “No quiero decir que los políticos se tengan que plegar a las opiniones de los economistas”, reconoce Majone, “pero si tienes a varias luminarias diciéndote que la cosa puede salir mal, debes tener al menos un plan de contingencia.” Para el profesor, la adopción del euro epitomiza el modelo de integración europea, lleno de saltos al vacío sin red. “La integración política tiene costes y beneficios. La UE y la propia literatura en estudios europeos sólo presentan los beneficios. Ahora podemos ver también sus costes. Tenemos a millones de europeos hipotecados que están pendientes del euríbor. Y la única solución que se vislumbra para mantener vivo al euro tal y como lo conocemos hoy en día es mediante una supervisión, por parte de las instituciones europeas, de los presupuestos de los estados nacionales. No creo que sus respectivas opiniones públicas lo toleren fácilmente”, destaca. La centralización de la política monetaria requiere una centralización inevitable de las políticas presupuestarias y sociales de los estados miembros. Semejante nivel de integración con el nivel actual de heterogeneidad cultural y la limitadísima financiación de las instituciones europeas con un 1.2% del PIB europeo no es sostenible, según Majone.
Quizá el 2012 haga realidad lo que muchos europeístas dicen desear: que el debate sobre la integración europea se haga popular. Pero hay que tener cuidado con lo que se sueña...
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