- Entender la deliberación en la era de Internet. El periodismo ya no tiene el monopolio en la mediación de los asuntos públicos. Nunca ha sido tan fácil crear esferas autónomas de deliberación, para bien –dar entrada a discursos marginados por el establishment– y para mal –crear "cámaras de resonancia" (Sunstein dixit) en las que reina el onanismo político y la radicalización intolerante–.
- Estudiar las relaciones entre individuos además de las propias características de los individuos. Internet ha vuelto a poner de moda los estudios relacionales en sociología. Las encuestas ya no solo preguntan a los individuos qué hacen, sino también con quién se relacionan. Los vínculos entre personas y entre personas y cosas (organizaciones, lugares, productos) siempre han sido parte de nuestra identidad como individuos. Por fin, los sociólogos vuelven a preguntar por el “dime con quién andas”.
- Investigar la comunicación política en perspectiva comparada, a fin de distinguir los universales de los particulares. En otras palabras: saber hasta qué punto las experiencias de Estados Unidos son aplicables a un contexto global. Los que hemos visto a un candidato al congreso de EE.UU. repartir folletos en una estación de tren a las 5 de la mañana y pasarse la tarde colgado al teléfono para pedir donativos para su campaña electoral sabemos que eso no es posible en nuestra querida Europa meridional. Quizá los académicos y profesionales de la comunicación política de España, Portugal e Italia harían mejor en estudiar la vigencia contemporánea del stato corporativo mussoliniano que en hacer refritos de los powerpoints de los consultores de Dallas.
El artículo de Garrett y colegas está basado en una ponencia presentada en la conferencia Transnational Connections, organizada por IE University en su campus de Segovia en marzo de 2010.
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