jueves, junio 09, 2011
Crisis sanitarias y opinión pública
La actual crisis de salud pública en Alemania, motivada por la aparente mutación de la bacteria E-coli, que ha causado ya decenas de muertos y ha condenado a cientos de personas a una diálisis vitalicia, mantiene a científicos y políticos en vilo. El origen del brote infeccioso se ha ido atribuyendo a distintas fuentes (pepinos españoles, un restaurante en la ciudad hanseática de Lübeck y una explotación de soja en el estado de la Baja Sajonia), pero su auténtica causa sigue sin conocerse. Mientras tanto, se ha discutido el papel de gestores políticos y periodistas en la comunicación de esta situación de crisis sanitaria. A los primeros se los ha acusado de irresponsables (por emitir juicios de valor sin evidencia científica) y a los segundos de alarmistas.
No es la única controversia relacionada con la salud pública que ha puesto en primer plano a políticos y medios de comunicación. Cuando la comunidad científica duda, o cuando ciertos argumentos se visten del marchamo de cientifismo, la costumbre periodística de equiparar objetividad con ecuanimidad y equilibrio de fuentes ofrece una plataforma privilegiada a la pseudo-ciencia. Las consecuencias no son inocuas. El miedo a las vacunas ha favorecido la aparición de brotes infecciosos de sarampión, enfermedad que se creía ya casi erradicada por la universalización de la tripe vírica.
La ciencia siempre ha de dejar lugar a la duda y a la replicación. Es la base del progreso científico. Pero convendría cuestionarse el papel de los viejos y los nuevos medios en la circulación de rumores e imprecisiones que pueden tener consecuencias mortales de rango epidemiológico. La propia comunidad científica, siempre presionada para publicar en revistas científicas como mecanismo de promoción, tampoco está libre de culpa. Está presionada para encontrar significancia allí donde no la hay. A ello hay que sumar el doble filo que representa Internet: una vigilancia permanente a la autoridad (positivo) y un caldo de cultivo de teorías conspirativas de inusitada repercusión pública (negativo).
El caso de las vacunas es un magnífico test para el periodismo contemporáneo. Afortunadamente, podemos destacar ejemplos de buenas prácticas, como el documental de la PBS titulado ‘La guerra de las vacunas’ (emitido por La 2 de Televisión Española en febrero de este año) y el reciente libro de Seth Mnookin, The Panic Virus: A True Story of Medicine, Science, and Fear (Simon & Schuster, 2011).
Otro caso igualmente interesante, y muy trascendente, es el de las mamografías y los tests de próstata. Hasta ahora creíamos que la universalización de las mamografías a partir de cierta edad tenía beneficios indiscutibles, y que esta práctica acabaría cruzando la barrera del género, universalizando los test de próstata entre los varones de más de 45 años. Pues bien, la comunidad científica (o al menos eso nos cuentan los medios) empieza a dudar de la idoneidad de intervenir todo tipo de tumores, por muy pequeños que sean, ya que las molestias para el paciente no compensarían el riesgo potencial de desarrollar un cáncer.
Se suponía que el ser humano estaba cerca de alcanzar el ápex del desarrollo científico aplicado a la salud pública, pero nunca han sido tan grandes las dudas sobre la plausibilidad de ciertas políticas sanitarias. ¿Es esto consecuencia de la extensión a la población del estado de duda permanente en el que viven los científicos? ¿O es que la irresponsabilidad académica y mediática se han aliado para llenar nuestras cabezas de falsos positivos y falsos negativos?
Para responder a estos interrogantes sugiero seguir el trabajo de Dietram A. Scheufele, profesor de comunicación política de la Universidad de Wisconsin, que se ha especializado en estos temas.
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1 comentario:
enhorabuena por tu blog, te paso el mio para que le eches un vistazo http://revoluciondemocrata.blogspot.com/
saludos
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