miércoles, febrero 02, 2011

¿Democracia? No, gracias



Hace un par de años, durante un curso de verano, conocí a un joven político que trabajaba para una fundación europea en Oriente Próximo. Aunque entre los objetivos de dicha fundación figuraba el promover la paz y los valores democráticos, el joven diplomático me sorprendió con un comentario que, años más tarde, he llegado a compartir: “Lo último que necesita Jordania es un gobierno democrático. Con la democracia, los islamistas más radicales tomarían el poder y la estabilidad del país y de toda la región correrían peligro.”

Allí donde la democracia no se atenúa con el liberalismo (protección del individuo y de las minorías, separación de poderes, libertad religiosa, carta constitucional, propiedad privada...), el régimen resultante puede ser un infierno para la minoría perdedora. El factor religioso también cuenta. Según el filósofo político Pierre Manent, la correlación entre sociedades cristianas y demócrata-liberales no es una coincidencia: el Cristianismo, al contrario que el Islam, presupone una separación entre el reino de Dios y el de los hombres. El reino de Cristo, en efecto, no es de este mundo. El Islam, sin embargo, diluye la distinción entre ley civil y ley religiosa. Para Manent la forma política típica del Cristianismo es el estado-nación, mientras que la forma política del Islam es el imperio.

Sin el mandato despótico de un dictador como Mubarak, o sin el frágil equilibrio entre sectas religiosas que se observa en el Líbano, la democracia pura y dura pondría en el poder a los más radicales (los Hermanos Musulmanes e Hizbulá, respectivamente). Lo que, una vez más, pone de relieve los temas tabú avanzados por el controvertido politólogo Carl Schmitt, que veía la democracia como un régimen basado en la homogeneidad. El liberalismo nos ha permitido vivir en sociedades democráticas étnicamente heterogéneas, pero está por ver si un gobierno mayoritario que propugne la conflación entre ley civil y religiosa sea capaz de respetar a las minorías no creyentes, o a las seguidoras de otros credos.

Disquisiciones de teoría política aparte, lo que realmente ha atraído la atención de los expertos en comunicación política es el papel de los nuevos medios en las revoluciones de Túnez y Egipto, tanto por su uso dentro de los respectivos países como por su presunto efecto de bola de nieve en todo Oriente Próximo. Curiosamente, han coincido en el mercado dos libros que, hasta cierto punto, se contradicen. El primero, más proclive a juzgar Internet como una vía de liberación democrática, se debe a Philip N. Howard: The digital origins of democracy: Information technology and political Islam (Oxford, 2010). El segundo, titulado The net delusion: The dark side of Internet freedom (PublicAffairs, 2011) y escrito por Evgeny Morozov, sostiene que la red se ha convertido en un instrumento al servicio de los regímenes autoritarios, capaces ahora de reprimir y vigilar con más eficacia a la sociedad civil.

Una lectura pausada de estos volúmenes ofrecerá sin duda una visión más ponderada sobre el verdadero papel de las nuevas tecnologías en la presunta ola democratizadora de Oriente Próximo.

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