miércoles, junio 09, 2010

“Join, or die”


La que se considera como la primera viñeta de la historia de los Estados Unidos de América es aquella en la que se muestra una serpiente cortada en trocitos bajo el título “Join, or die”. Publicado por el mismísimo Benjamin Franklin en su Pennsylvania Gazette en 1754, el dibujo ha sido utilizado con varios motivos desde su primera aparición, siendo su intención original la de azuzar a las colonias americanas para que se unieran contra los franceses y los indios. Con el tiempo, la viñeta ha acompañado las llamadas a la unidad federal de los Estados Unidos, frente a las veleidades confederales que abogaban por una mayor diferenciación entre sus estados. La actual crisis europea hace pertinente su aplicación a nuestro viejo continente.

Europa no es una nación, sino un racimo de naciones, decía el famoso europeísta Salvador de Madariaga. He ahí el drama de Europa, que tanto preocupaba al padre fundador Altiero Spinelli: un continente que necesita estar unido para ser competitivo en el mundo global, pero que todavía no tiene una identidad colectiva lo suficientemente sólida como para formar un gobierno dependiente del pueblo (una democracia). La actual crisis es una prueba de fuego para Europa: si los griegos y españoles son capaces de aceptar reformas inducidas por una dama de hierro germana, la idea de un presidente europeo elegido por sufragio universal será un poco menos imposible.

Los comentaristas de los medios anglosajones como James Surowiecki o Niall Ferguson lo tienen claro: España o Grecia no están mucho peor que California o Michigan. Pero estos últimos estados pertenecen a una federación que hace transferencias financieras allí donde es necesario, y cuentan con una Reserva Federal que puede comprar deuda pública, a diferencia del Banco Central Europeo, atenazado por una cláusula del Tratado de Lisboa que le impide explícitamente socorrer a un estado miembro.

El proyecto europeo siempre ha sido indirecto, frío y gris. Como si Monnet y Schuman supiesen que la unidad europea jamás se conseguiría con llamadas a la implicación popular (el modelo Spinelli), sino por la cooptación de élites nacionales y por la famosa integración funcional (lenta, por sectores económicos) en lugar de una clara división competencial legible en una constitución.

La complejidad es la consecuencia inevitable de la diversidad, se suele afirmar. El ideal europeo defiende la compatibilidad de lo pequeño (de las casi trescientas regiones o naciones del continente europeo) con lo grande (un mercado común de 500 millones de personas, el más amplio del mundo). ¿Es posible sostener tal equilibrio?

En un reciente e interesantísimo libro (Euro-clash: The EU, European identity, and the future of Europe, Oxford, 2008), el sociólogo Neil Fligstein defiende la idea de que Europa está divida entre una nueva y emergente clase netamente europea (la mujer de negocios que viaja casi a diario en el Eurostar y acumula tres números de Seguridad Social de otros tantos países europeos, o el estudiante Erasmus que se queda a trabajar en el país de destino) y otra clase social de europeos (quizá la mayoritaria) que sólo conciben su vida dentro de los confines del viejo estado-nación, al que siguen pidiendo protección en medio de la tormenta financiera que nos asola. Los primeros estarían preparados para un mercado europeo en el que un holandés les pueda arrebatar una plaza de profesor universitario, porque saben que ellos podrán hacer lo mismo en Rotterdam. Los segundos ven en esa nueva Europa una ilusión fútil, el caballo de Troya del temido neo-liberalismo, o una reedición de las conquistas hitlerianas o napoleónicas al mando de una burocracia sin rostro.

¿Están los europeos preparados para revivir el viejo sueño de los Estados Unidos de Europa? ¿O prefieren que una tecnocracia no-electa revise las cuentas de los estados antes de que éstos las ratifiquen en sus parlamentos, con tal de mantener la ficción administrativa de que nada ha cambiado? El debate entre las dos Europas (la dinámica que pide libertad y movilidad frente a la reaccionaria que pide protección y seguridad) fascina a los americanos (Fligstein es profesor en California-Berkeley), pero parece eludir a los propios europeos. ¿Hasta cuándo?

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1 comentario:

Fonseca dijo...

Luego esa serpiente sirvió de inspiración para la bandera Gansden ¿no? (la del "Don´t tread on me").

http://en.wikipedia.org/wiki/Gadsden_flag

Un saludo.


Fonseca