sábado, agosto 30, 2008

Midiendo el impacto de la comunicación política audiovisual

Una consultora de investigación social de Nueva Jersey, HCD Research, en colaboración con el Instituto de Opinión Pública del Muhlenberg College de Pensilvania, acaban de lanzar un índice de impacto de la comunicación política audiovisual que promete medir y hacer comparable la efectividad de los anuncios y debates electorales en televisión.

Cada spot, debate o comparecencia audiovisual de los candidatos se presenta a través de internet a un panel de más de trescientos ciudadanos, a razón de un centenar por cada inclinación política. Es decir, cien Demócratas, cien Republicanos, y otros cien Independientes. Los participantes responden a una encuesta antes y después de ver el anuncio, a fin medir el impacto del spot en sus cambios de opinión sobre el candidato. Además, durante el visionado del anuncio, los encuestados mueven el ratón de izquierda a derecha para indicar la menor o mayor credibilidad que para ellos ofrece el vídeo. La posición del ratón en este continuo de izquierda a derecha se graba cada cuarto de segundo, lo que permite a los investigadores mostrar la credibilidad del anuncio en tiempo real, superponiendo tres curvas (una por cada bando ideológico) al desarrollo del vídeo.

Al final de cada estudio de caso, a cada candidato (Obama y McCain) se le asigna una puntuación final, lo que los investigadores llaman el “Political Communications Impact Score” (PCIS). Para medir la efectividad de los anuncios se resta la puntuación del candidato rival a la del candidato autor del vídeo, lo que permite medir y comparar la efectividad de cada spot. Por ahora, según los resultados de los investigadores, los vídeos de Obama suelen moverse en una puntuación de 10, mientras que los de McCain superan ligeramente el 7.

Aunque los responsables de estos estudios proporcionan los resultados de cada encuesta en formato PDF, uno sigue con la duda de cuál es la fórmula concreta mediante la cual se calcula el mencionado PCIS. También habría que conocer la representatividad estadística del panel de internautas que responde a las encuestas.

Con todas estas precauciones en mente, los jefes de campaña, estudiosos y público en general contamos con un nuevo indicador para evaluar los efectos de los vídeos electorales.


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martes, agosto 19, 2008

Tambores de (ciber)guerra

Es posible que el ordenador de este corresponsal o el del amable lector participe algún día en una ciberguerra. No, no hace falta que declare su inocencia, ya que tanto usted como yo lo haríamos contra nuestra voluntad y, muy probablemente, sin ser conscientes de ello. Pero nuestros ordenadores no son muy diferentes a los cientos, quizá miles, de computadoras que participaron en la caída virtual del gobierno georgiano hace unos días. Mientras el ejército ruso se adentraba en Osetia del Sur, una armada de ordenadores-zombies reclutados por todo el mundo (formando lo que se conoce técnicamente como botnets, o redes robot) dirigían continuas consultas a las webs georgianas, que se colapsaban incapaces de atender a tantas visitas. Fue lo que en la jerga informática se denomina un ataque DDoS (Distributed Denial of Service). Estos ciberataques precedieron en semanas a las incursiones reales en territorio georgiano, por lo que se podrían concebir como los tambores de guerra del siglo XXI. O como nuevas formas de propaganda.

Internet es en esencia un sitema descentralizado, así que no resulta fácil atribuir culpas. Es más, algunos de estos ataques provenían de servidores zombies situados en Estados Unidos, el gran padrino de Georgia. Al igual que ocurre con el terrorismo, en los ciberataques la mano del Estado se confunde con la de las mafias, o incluso con la de individuos que podrían actuar por su cuenta y riesgo. Qué gran ironía. Supuestamente nacida para sobrevivir un ataque militar, Internet es ahora el quebradero de cabeza de los grandes generales.

En mayo del año pasado, el desalojo de una estatua en honor al soldado soviético en pleno centro de Tallín, la capital de Estonia, hirió el orgullo de los hackers pro-rusos. Estonia, uno de los países más avanzados del mundo en la aplicación de internet para todo tipo de trámites burocráticos y cuna del popular servicio de llamadas Skype, vio cómo el país entero se paralizaba ante una serie de ciberataques que pusieron en guardia a la mismísima OTAN.

Las ofensivas pro-rusas en internet tienen una doble lectura. La primera, simbólica. El cibervandalismo es la versión contemporánea de las pancartas reivindicativas o los folletos lanzados desde el aire. La segunda es a la vez simbólica y tremendamente real. Los ciberataques pueden llegar a colapsar la infraestructura de internet de un país, sobre todo si se consigue atascar las principales puertas de entrada y salida (gateways) de las telecomunicaciones. La simple rotura de un cable submarino en el Océano Índico hace unos meses se reveló suficiente para dejar sin internet a millones de personas. Para infligir el caos no hace falta tirar puentes, sino cortar cables, y para propagar el terror no hace falta secuestrar aviones, sino servidores.

En un informe sobre el futuro de internet, los expertos consultados por la Fundación Pew aventuraban que la red de redes sufriría un gran ataque en los próximos años. Esperemos que las ciberagresiones a Estonia y Georgia actúen como vacunas preventivas. De lo contrario nos abocaríamos a un gran apagón de incalculables consecuencias, como el que describía Roberto Vacca en su alegoría futurista Il medioevo prossimo venturo (1971). Analizada por Umberto Eco en su ensayo “Hacia una nueva Edad Media” (publicado en el volumen La estrategia de la ilusión, Lumen, 1987), la obra de Vacca cobra un nuevo e inquietante significado a la luz de los últimos acontecimientos. Mientras tanto, la ciberguerra continúa.

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sábado, agosto 02, 2008

Derecha mediática

“Me mata, me da la vida.” Así, con las mismas palabras con las que aquel entrañable señor del anuncio resumía su pasión por el Atlético de Madrid, podría explicarse la relación entre el Partido Republicano y los medios conservadores estadounidenses, o entre el Partido Popular español y el triunvirato formado por la Cadena Cope, Libertad Digital y El Mundo. Un reciente libro de Kathleen Hall Jamieson y Joseph N. Capella, Echo Chamber: Rush Limbaugh and the Conservative Media Establishment (Oxford, 2008), ofrece un detallado análisis de las funciones y efectos de la derecha mediática estadounidense, que en muchos aspectos podría aplicarse al contexto español.

La estrella de lo que se ha dado en llamar en círculos demócratas la “Republican Noise Machine” es Rush Limbaugh, locutor radiofónico sobre el que presuntamente se modeló la figura de su trasunto español, Federico Jiménez Losantos. Los otros dos pilares del conservadurismo mediático norteamericano serían el canal de televisión por cable Fox News y el diario The Wall Street Journal, recientemente adquirido por el magnate australiano Ruppert Murdock.

Hall Jamieson y Capella atribuyen al establishment mediático conservador la función de proveer al votante conservador con una “visión coherente del mundo político” (p. 237) apoyada en los principios forjados por la presidencia de Ronald Reagan. A saber: baja carga impositiva, apostasía del estado y equiparación de la protección social con una inmerecida recompensa a los vagos y parias del sistema. Hasta ahí nada sorprendente. Lo interesante es que Limbaugh y colegas influyen de manera determinante en la elección de candidatos republicanos, controlando la adhesión de éstos al credo conservador y criticando furibundamente el menor desvío de la ortodoxia. El McCain presidencial de hace ocho años y el Huckabee de las recientes primarias republicanas saben lo caro que resulta salirse del guión. Mariano Rajoy también.

Los autores cifran en tres los efectos de la derecha mediática americana en su audiencia: 1) El descrédito de los medios de comunicación convencionales, 2) la “balcanización del conocimiento y la intepretación” de la actualidad política mediante el refuerzo de marcos interpretativos que forjan una cámara de resonancia poco permeable a la persuasión de los argumentos de la izquierda, y 3) la radicalización de actitudes negativas hacia el adversario demócrata, que pasa a convertirse en un enemigo personal.

De los tres efectos, el más peligroso para la idealizada democracia deliberativa es el tercero. La comunicación partidista que triunfa en el actual ambiente de gran oferta de fuentes informativas será para muchos una bendición, una oportunidad para liberar a la audiencia de la hegemonía del centro-izquierda, a la que se despoja finalmente del marchamo de la objetividad. La exposición selectiva a mensajes coherentes con la orientación política del ciudadano es quizá una consecuencia inevitable de esta mayor disponibilidad de medios, y favorece igualmente a derecha y a izquierda. Pero la consideración del adversario como un traidor o un anti-patriota conduce a una polarización en la que ya no se espera convencer al contrario, sino borrarlo del mapa. El adversario no sólo tiene propuestas equivocadas; es que es moralmente malo.

El consensualismo de Obama y el centrismo de McCain dificultan una campaña polarizante. Cabe preguntarse si la derecha mediática estadounidense tratará a McCain con tibieza, desmovilizando al electorado más conservador, huérfano de un líder que respalde sus intereses. La figura de Obama tiene una fuerte connotación religiosa (“We are people of improbable hope”, dijo en Berlín) que podría apelar a sectores tan improbables como los propios evangélicos. El país parece necesitado de un mesianismo redentor, y ahí no hay competencia para el senador de Illinois.

El caso español
El inminente apagón analógico y la consiguiente universalización de la televisión digital será la oportunidad de oro para que la derecha mediática española se dote de un canal de televisión de referencia que funcione como el equivalente patrio de Fox News. Libertad Digital TV e Intereconomía TV son los actores mejor posicionados para asumir ese liderazgo.

Sin embargo, el credo de la derecha mediática española, por más que beba de los think tanks conservadores americanos, se perfila más libertario que conservador. Las llamadas a la liberalización de la economía tienen similar resonancia, hasta cierto punto, a ambas orillas del Atlántico, pero a este lado del océano falta el aglutinante de la religión. A menudo se olvida que Estados Unidos es una excepción en lo tocante al papel de la religión en la vida pública. Según las sucesivas oleadas de la World Values Survey, en ese aspecto los norteamericanos están más cerca de Turquía que de muchos otros países europeos. Además, el centro de gravedad de la opinión pública española está bastante más a la izquierda que el norteamericano en temas como los matrimonios homosexuales o la eutanasia. Así las cosas, el vacío religioso se sustituye en el caso español por la defensa de la unidad nacional ante los nacionalismos periféricos. Habría que añadir, quizá, el tema de la inmigración, aunque su gran volatilidad lo convierte en un arma que fácilmente puede estallarle a quien la manipule.

En conclusión, sorprenden las similitudes de funcionamiento de los respectivos triunviratos mediáticos a uno y otro lado del Atlántico. Fox, Limbaugh y The Wall Street Journal frente a Cope, Libertad Digital y El Mundo. Hall Jamieson y Capella revelan que Limbaugh destaca por su especial atención a la política doméstica y su descuido de la política internacional. El estudio del caso español está por hacer, pero algo similar podría ocurrir con Jiménez Losantos. Durante la guerra del Líbano del verano de 2006, mientras El Mundo publicaba notables reportajes propios sobre el terreno, las tertulias de la Cope obviaban prácticamente el tema, y ni siquiera lo abordaban para defender al bando israelí, como correspondería por su orientación ideológica. La radio-tertulia parece inclinarse sólo por temas susceptibles de galvanizar emocionalmente a la audiencia. La prensa, aún siendo partidista, mantiene un mayor nivel de calidad y pluralidad. Opinar, ya se sabe, es mucho más barato que informar.

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