Tony Blair ha querido reservar uno de sus últimos discursos como Primer Ministro británico a los medios de comunicación y al periodismo. El pasado 12 de junio, en la sede de la agencia Reuters en Londres, Blair cargaba contra los medios, a los que llamaba “salvajes” y acusaba de primar el impacto sobre la verdad. Su crítica al periodismo contemporáneo combinaba viejos tópicos con dos observaciones interesantes: 1) El comentario sobre las noticias ocupa mucho más espacio y tiempo que la narración de los propios hechos a los que se alude; 2) A menudo se confunde la opinión y la información, a veces de una manera deliberada, como a su juicio ocurre con el periódico The Independent, al que considera el epítome del declive del periodismo moderno.
Entre los viejos argumentos, su referencia a la escasa contribución de los medios a un debate ilustrado debido a su culto a la inmediatez. Las deliberaciones parlamentarias, llenas de matices y difícilmente atractivas, escapan a las redes de captura del periodista. Además, la fragmentación de canales y audiencias ha desmasificado a los medios, impidiendo un debate verdaderamente “nacional.” Internet vendría a radicalizar esta tendencia, dada la facilidad del usuario para construir su propio menú informativo. Por si fuera poco, el gusto por el rumor y la falta de exactitud que aquejan según Blair al periodismo convencional, se elevan exponencialmente en la red de redes.
El discurso del premier británico no sorprende, pero sí pone sobre el tapete temas de debate que son recurrentes entre los propios estudiosos de la comunicación política. Afrontémolos:
- Cualquier tiempo pasado (no) fue mejor. Blair echa en falta una BBC que llegaba y era vista por todos. Aún cuando este servicio público de televisión es el más perfeccionado de cuantos se han creado en el mundo, la competencia y la libertad de opción compensan con creces la supuesta fragmentación de la experiencia colectiva. Digo “supuesta” porque, aún a través de diferentes canales, el ciudadano medio conoce los grandes temas de debate político. Se comparte una mínima agenda común que garantiza la persistencia de la comunidad política, pero se accede a ella desde diferentes plataformas y, consiguientemente, diferentes puntos de vista. Esto no es una limitación. Todo lo contrario. Investigaciones recientes de la Fundación Pew han demostrado que los consumidores de información política en Internet están más al tanto de los argumentos de los partidos rivales que los consumidores de información política en medios convencionales.
- El reto de comunicar los procesos deliberativos (persiste). En este aspecto, Blair tiene parte razón. Es difícil hacer llegar a los representados los debates en los que se enzarzan sus representantes. Pero el desafío no es nuevo, sino consitutivo de la profesión periodística: hacer interesante lo importante. Los teóricos de la democracia deliberativa priman el consenso frente al conflicto, mientras que los demócratas liberales defienden que el conflicto es bueno para marcar claramente las posiciones y facilitar así la elección de los ciudadanos. Los liberales argumentan que es preferible la guerra partidista a la paz del cementerio deliberativo.
- Los nuevos medios (no) son malos. Internet es terreno abonado para las teorías conspirativas, como la que defiende que las torres gemelas de Nueva York no fueron derribadas por dos aviones suicidas, sino por cargas de dinamita. Pero por cada teoría peregrina, las nuevas tecnologías nos permiten conocer lo que los grandes gestores de la comunicación nos ocultan. Las torturas de Abu Ghraib o las interminables filas de ataúdes con soldados norteamericanos muertos en la Guerra de Irak seguirían ocultas de no ser por la natureleza escurridiza de la imagen digital. Blair apela a la ética, y defiende la revisión del marco legal para que OFCOM, alta autoridad británica para la regulación de las comunicaciones, extienda sus competencias a Internet. La sugerencia pone los pelos de punta a todos los que sostienen que la mejor ley de prensa es la que no existe. En un contexto en el que la Unión Europea ya obliga a todos sus estados miembros a dotarse de una autoridad audiovisual, resulta políticamente incorrecto recordar que los mejores vigilantes de la veracidad de las informaciones han sido los bloggers. Partidistas o independientes, ellos han sido quienes nos revelan las inexactitudes de los grandes medios, mejor que cualquier observatorio o entidad reguladora de la comunicación.
- Opinión e información (son diferenciables). La clara separación entre hechos y opinión es un eterno debate filosófico. Objetivistas (defienden que es posible contar la realidad sin prejuicios) e interpretivistas (sostienen que la “realidad” no es independiente de quien la percibe, sino construida por su perceptor) han definido las posiciones clásicas respecto al tema. Como adecuadamente apunta Blair, el periodismo se ha ido decantando por el bando constructivista, con la interpretación ganando terreno a la información. A mi modo de ver, la presentación de los hechos y su interpretación siguen siendo diferenciables, como lo son en los informes científicos, aunque es cierto que la dirección de la mirada condiciona de alguna manera el fenómeno observado. El creciente éxito de revistas como el semanario The Economist, cuya difusión ha aumentado imparablemente durante los últimos tiempos, demuestran que cada vez son más los consumidores que reclaman información con interpretación cualificada.
Lo más llamativo del discurso de Blair es su olvido de los grandes grupos de comunicación, que escapan a su crítica. Tal vez la propiedad de los medios, y la relación de estos propietarios con la clase política, también tengan algo que ver con los males denunciados por el todavía inquilino de Downing Street. Quizá convendría preguntar a Blair qué hacía en 1995 en la Isla Hayman durante un retiro de la News Corporation, y si su cortejo a Rupert Murdoch tuvo algo que ver en el apoyo de los diarios del magnate australiano a la candidatura laborista en 1997, 2001 y 2005. Para más información sobre este tema, léase el artículo “Murdoch’s Game”, firmado por John Cassidy y publicado en la revista The New Yorker el 16 de octubre de 2006 (páginas 68 a 85).
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