Lamentablemente, más comunicación no equivale a más democracia. En los países libres la mayor disponibilidad de información (prensa, radio, televisión, Internet) no ha producido un incremento en la participación electoral. En los países dominados por regímenes totalitarios, las tecnologías de la información sin fronteras (la televisión por satélite, Internet) no han hecho apenas mella en sus sistemas de gobierno anti o pseudo-democráticos. China tiene 111 millones de internautas, pero muy pocos, quizá ninguno, pueden disfrutar de una de las grandes virtudes de la red: la información crítica y alternativa. La versión china de Google, lanzada este miércoles, es una versión mutilada del buscador original, al que se le han aplicado los filtros requeridos por el gobierno de la república popular. Curiosa contradicción la que vive el país asiático: la mayoría de los internatuas chinos navega en banda ancha, pero la información que pueden encontrar es irrelevante en términos políticos.
En los años ochenta, el politólogo Ithiel de Sola Pool (1917-1984) llamó la atención sobre el potencial de la televisión por satélite para ofrecer, a través del lenguaje claro y directo de las imágenes, modelos alternativos a los ciudadanos que vivían bajo yugos autoritarios. Si los satélites eran para de Sola Pool “tecnologías de la libertad”, ¿qué habría sido para él Internet de haberla conocido en su pleno apogeo?
El politólogo no vivió lo suficiente para comprobar que las antenas parabólicas que germinaban en tantos tejados de tantos países autoritarios no han llevado más libertad a sus ciudadanos. Los regímenes autoritarios han aprendido a convivir con estas nuevas formas de comunicación. Es más, las han domesticado hasta tal punto que las hacen jugar a su favor. Shanthi Kalathil y Taylor C. Boas lo explican magistralmente en su libro Open Networks, Closed Regimes: The Impact of the Internet on the Authoritarian Rule (2003). Tras analizar los casos de China, Cuba, Singapur, Vietnam, Burma, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto, los autores concluyen que “Internet no es necesariamente una amenaza para los regímenes totalitarios. Ciertos usos de Internet representan auténticos desafíos para los gobiernos autoritarios, y esos usos podrían contribuir a un cambio político en el futuro. Sin embargo, otros usos de Internet refuerzan el gobierno autoritario, y muchos regímenes autoritarios están promoviendo de una forma proactiva el desarrollo de una Internet que sirve los intereses del estado en vez de desafiarlos.” (cita tomada del Capítulo 1).
Cambio político
China es, en muchos sentidos, un gran experimento. Su creciente consumo de petróleo ha encarecido el precio mundial del crudo. La construcción de la Presa de las Tres Gargantas en el curso del río Yangtsé, cuyo remate se prevé para el año 2009, ha desabastecido temporalmente los mercados mundiales del acero. La enormidad del gigante chino se hace cada día más evidente. Hace unas semanas se publicaba la noticia de que China había sobrepasado a Estados Unidos como primer país mundial en exportación de productos tecnológicos.
Los partidarios del determinismo económico creen que si el país sigue creciendo, si sus ciudadanos consiguen un nivel de riqueza aceptable, la democracia vendrá por sí sola. La apertura al mercado global de capitales sería ya de por sí una fuerza democratizadora. Sin embargo, aunque es cierto que el mundo no ha conocido una democracia auténtica sin capitalismo ni propiedad privada, la existencia de éstos no garantiza un gobierno democrático. Sorprendentemente, la vía intermedia del semi-autoritarismo ha resultado todo un éxito, hasta el punto de que el mayor peligro para la libertad mundial ya no proviene de los regímenes más fundamentalistas, sino de esos sistemas híbridos en los que las dictaduras se disfrazan con el rostro amable de la democracia. Esa es la tesis central del libro Democracy Challenged: The Rise of Semi-Authoritarianism (2003), cuya autora, Marina Ottaway, analiza los casos de Egipto, Azerbayán, Venezuela, Senegal y Croacia como paradigmas de este tipo de pseudo-democracias. Claro que habrá quien cuestione el estado actual de las democracias occidentales e incluso las compare a estos regímenes semi-autoritarios. El historiador John Luckacs ha dado recientemente a la imprenta el libro Democracy and Populism (2005), en el que critica la deriva demagógica y populista de las democracias teóricamente más avanzadas.
Internet va a jugar un gran papel en el cambio político en China, pero no va a precipitar la caída inmediata del régimen comunista, a decir de Kalathil y Boas. Por ahora, lo que sabemos es que miles de chinos han usado sus teléfonos móviles para votar por su cantante favorito en su versión de Operación Triunfo. Este es el mayor servicio que la tecnología ha rendido a la democracia china hasta la fecha. Ojalá continúe el experimento.
Lecturas recomendadas:
Shanthi Kalathil, Taylor C. Boas. 2003. Open Networks, Closed Regimes: The Impact of the Internet on Authoritarian Rule.
Marina
Ithiel de Sola Pool. 1984. Technologies of Freedom.
Ithiel de Sola Pool. 1990. Technologies without Boundaries: On Telecommunications in a Global Age.
John Lukacs. 2005. Democracy and Populism: Fear and Hatred.