El próximo 27 de septiembre de 2009 se celebran elecciones legislativas en Alemania y Portugal. En el primer caso las encuestas auguran un gobierno de coalición entre los cristiano-demócratas de Merkel y los liberales. En el caso de Portugal las elecciones se presentan más emocionantes, con el primer ministro José Sócrates obligado a bajar a la arena para medirse en equilibrado duelo con su rival conservadora, Manuela Ferreira Leite.
El estudioso de la comunicación política habrá de prestar atención a los hechos más significativos de cada una de estas contiendas electorales:
1.- La aparición de un no-candidato que, de concurrir a las elecciones, conseguiría el apoyo de una quinta parte de los votantes alemanes. El humorista Hape Kerkeling se ha inventado un personaje, Horst Schlämmer, para concurrir --aunque sea de manera ficticia-- a las elecciones parlamentarias de su país. Siguiendo el estilo del humorista británico Sacha Baron Cohen, más conocido como Borat o Brüno, Kerkeling juega a confundir realidad con ficción, creando una web para su no-candidato y su partido imaginario, y celebrando un acto de apertura de campaña que reunió a un centenar de periodistas. Su lema “Yes Weekend” parodia al “Yes, We Can” de Obama, y su película Isch Kandidiere (Soy un candidato) fue la segunda más vista en su primer fin de semana en Alemania, recaudando más de 3 millones de dólares. Según una encuesta de la revista Stern, al menos un 18% de los alemanes estaría dispuesto a votar al Horst Schlämmer Party (HSP) si éste se presentara verdaderamente a las elecciones. No está nada mal para un candidato que no existe. La situación germana tendría que empeorar mucho para justificar la aparición de un Beppe Grillo. Pero la popularidad de Horst Schlämmer merece atención académica, en la medida en que podría ser la clave interpretativa de los miedos y frustraciones de la primera potencia europea.
2.- La domesticación de la Política 2.0 en Portugal por los partidos convencionales, como ya aconteció en las generales españolas de 2008. Continúa la decepción entre aquellos que esperaban una réplica de la Obamanía a este lado del Atlántico. En Europa la financiación de los partidos es mayoritariamente pública y los militantes no hacen mucho más que servir de fondo humano a los mítines televisivos. Internet, por lo tanto, no sirve para recaudar dinero ni para organizar los ímpetus del voluntario espontáneo. De ahí que en Europa la web 2.0 sea fácilmente domesticada por los grandes partidos, que presentan sus vídeos de YouTube en ruedas de prensa y utilizan a sus ciber-voluntarios para votar en las encuestas online de los medios convencionales. Ya lo dice Mathew Hindman en su libro The myth of digital democracy (Princeton, 2008). La revolución de Internet está en el business-to-business (partido-voluntarios) y no en el business-to-client (partido-votantes). Pero en Europa los partidos no necesitan realmente a los voluntarios (y, ya puestos, tampoco a los militantes) de ahí que Internet no pase de ser un mero aditamento retórico.
Conocida la capacidad de los portugueses para reírse de sí mismos (saludable práctica), queda sólo preguntarse por la ausencia de un Schlämmer luso.
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