- La hipótesis del miedo. Ante las noticias que apuntaban hacia la autoría islamista en la masacre, el pueblo español se amedrentó. Percibió el atentado como una (¿lógica?) represalia por la participación del gobierno Aznar en la guerra de Irak y votó a los socialdemócratas, que habían sintonizado con la mayoría de los españoles en su rechazo al apoyo gubernamental a la invasión y habían prometido la retirada de las tropas del país iraquí. En cierta manera, el terrorismo habría cumplido sus objetivos (forzar, a través del terror, un cambio de opinión pública) y habría sentado un peligroso precedente para las democracias liberales: los atentados en vísperas electorales pueden dar lugar a resultados que favorezcan los intereses de los terroristas. Los partidarios de esta deducción critican la actuación de la oposición socialdemócrata, que habría convocado (o, de no haber convocado, se habría aprovechado de) las manifestaciones que tuvieron lugar frente a las sedes del PP en varias ciudades españolas en la tarde del 13 de marzo. En estos flash mobs, cuyos participantes fueron convocados a través de páginas web de contra-información y teléfonos móviles, se increpaba al partido gobernante por su deliberado intento de culpabilizar a los terroristas vascos (ETA) y ocultar la autoría islamista por intereses electorales. El razonamiento era el siguiente: de hacer creer al público que los autores de la masacre eran los etarras, el PP revalidaría con creces su mayoría absoluta en el parlamento, pues era el partido que más se había significado en la lucha contra ETA; por el contrario, si el público interiorizaba la autoría islamista, la opinión pública se volvería contra el PP, puesto que el atentado se vería como una respuesta injusta-pero-comprensible a la participación española en la guerra de Irak.
- La hipótesis del cambio latente. Según esta deducción, no habría habido tal vuelco electoral, sino la culminación del progresivo acercamiento del Partido Socialista al Partido Popular en intención de voto. De no haber existido el 11-M, los dos partidos habrían quedado casi empatados. Fue la errónea gestión de la información durante esos cuatro días de marzo (la insistencia en la intervención etarra frente a las evidencias de la autoría islamista) la que habría provocado que muchos abstencionistas de izquierdas se acercasen a las urnas para expresar su rechazo ante los intentos de manipulación del gobierno. La participación española en la invasión de Irak fue el último de una serie de desencuentros entre el gobierno y gran parte de los españoles, que ya habían expresado su malestar por la reforma de la enseñanza universitaria, la mala gestión de la crisis del petrolero Prestige y el desastre del avión Yak-42. El malestar contra el PP no habría sido flor de un día, sino el resultado de varios desencuentros entre el partido gobernante y sus gobernados.
¿Cuál es la hipótesis más plausible? Antes de dar una respuesta, a más de uno nos gustaría conocer los resultados de los tracking polls que se efectuaron entre los atentados y la jornada electoral, para conocer –aunque sea de manera aproximada- la evolución de la opinión pública a medida que se iba confirmando la autoría islamista y la hipótesis de ETA perdía credibilidad.
El informe de Olmeda examina la confrontación de dos frames, el gubernamental (“la autoría de ETA”) y el de la oposición (“el gobierno miente”). Para el autor del documento, una de las claves del fracaso del gobierno fue la débil argumentación de la intervención española en Irak en los meses previos a los atentados. De haber tratado de convencer a la opinión pública de la necesidad de la guerra, el gobierno Aznar podría haber asumido la participación islamista de la masacre. “Para el gobierno”, escribe Olmeda, “el problema consistía en que no era capaz de elaborar un encuadre omnicomprensivo que incluyese tanto a ETA como a al-Qaeda, de acuerdo con su propia conceptuación de terrorismo” (p. 34). Aznar ha sido uno de los grandes defensores de la teoría del one terrorism, que defiende que todos los terrorismos son iguales, independientemente del contexto en el que se produzcan. El propio presidente del gobierno, en sus declaraciones del 12 de marzo decía que “ninguna sociedad democrática puede admitir que hay terrorismos de géneros distintos o calificaciones morales, que hay terrorismos explicables o inexplicables”. ¿Perdió el PP las elecciones por su torticero manejo de la información en las idus de marzo, además de por su gestión ineficaz y autoritarista de crisis anteriores? ¿O porque una parte importante de la población española vio “explicable” el terrorismo islamista –una justa represalia por la guerra de Irak, inocentes por inocentes– y votó al partido que ofrecía el regreso de las tropas que participaban en dicha guerra?
Olmeda matiza que, a pesar de la obcecación del gobierno en la autoría etarra, las evidencias que apuntaban a la pista islamista nunca fueron ocultadas. Es más, se informó de ellas puntualmente: “El gobierno sostuvo, quizá con demasiada rigidez para algunos oídos, el encuadre de la autoría de ETA, pero siempre mencionó los datos relativos a la otra línea sin dilación” (p. 25). Sin embargo, y precisamente por esa insistencia, cabe pensar que el propio PP y Aznar dudaban de que la población española secundara sus tesis de que todos los terrorismos son iguales. La insistencia en la autoría etarra se podría haber debido, precisamente, a que se temía que los españoles considerasen los atentados de forma diferente dependiendo de su autoría: inexplicables en el caso de ser etarras, explicables si eran de corte islamista.
De las dos hipótesis enunciadas arriba, Olmeda se decanta por la del miedo: “El efecto fundamental es el miedo; este es el clima de opinión que posibilita culpar al gobierno en vez de a/junto con los terroristas” (p. 33).
Los cuatro días de marzo que cambiaron la historia de España (y quién sabe si la del mundo) son un campo de investigación apasionante para los estudiosos de la comunicación política. Además, en este caso, el gobierno y los medios tradicionales no fueron los únicos protagonistas. Los activistas sociales, concentrados el 13-M, jugaron también un papel relevante, quizá crucial. La editorial Los Libros de la Catarata acaba de sacar a la luz un libro coordinado por Víctor Sampedro, 13-M: Multitudes online, en el que varios investigadores estudian el qué, el cómo y el porqué de la que ya se conoce como la noche de los móviles.
A buen seguro, los cuatro días de marzo serán objeto de numerosos libros, artículos y tesis doctorales. Pocas veces la comunicación se reveló tan importante para la política, la democracia y la ciudadanía.