Uno de los paradigmas dominantes en el estudio de la relación entre medios y poder, el de la mediatización de la política, otorga a los medios un papel central, ya que éstos vendrían a someter a la política a su lógica, provocando la simplificación de los discursos y la claudicación de los electos, siempre pendientes de adaptarse a las rutinas periodísticas. El profesor de la Universitat Jaume I (UJI) Andreu Casero-Ripollés, uno de los académicos españoles más destacados en el campo de la comunicación política, sostuvo en un seminario de doctorado de la Universidad Carlos III celebrado el miércoles 10 de mayo de 2017 que los actores políticos insurgentes están transformando, gracias a los medios sociales, dicho paradigma. Más que una desmediatización, se produciría una redefinición de la mediatización: los medios seguirían siendo centrales, pero su poder se vería reducido en virtud de dos procesos complementarios: la subversión de la mediatización (con los actores políticos sometiendo a los periodistas a su modus operandi) y la mediatización de doble vía (con los actores políticos, no solo los medios, introduciendo lógicas mediáticas en la política).
Según Casero-Ripollés, en la mediatización de doble vía se produce un cambio en la concepción de la comunicación por parte de los nuevos actores políticos, sean éstos movimientos sociales o partidos insurgentes: ya no se trata solo de encontrar la manera de comunicar un ideario político, sino que la comunicación pasa a concebirse “como la columna vertebral del proyecto político”, afectando a la propia organización del partido. “El proyecto político es también comunicativo, plantean una visión holística del papel de la comunicación en relación a la acción del partido”, a decir de Casero-Ripollés. Así, los actores políticos, y no solamente los medios o los periodistas, impulsarían la mediatización de la política.
La doble vía, afirma el investigador de la UJI, se puede rastrear a tres niveles: 1) el nivel macro, con un estilo populista de comunicación política, aprovechando los marcos interpretativos favorecidos por la crisis (miedo/esperanza); 2) el nivel meso, con los políticos hackeando los medios aprovechándose de sus propias reglas (sería el caso de Pablo Iglesias irrumpiendo en las tertulias televisivas) o con la incorporación de los fans/ciudadanos a la circulación del mensaje en redes sociales; 3) el nivel micro, con nuevos “liderazgos políticos híbridos”, conscientes del papel de los medios en la socialización de la política y de la importancia de acuñar catch-all frames que aglutinen bajo expresiones de significado amplio (‘indignación’, ‘casta’, ‘trama’) las más dispares reivindicaciones ciudadanas.
La subversión de la lógica de los medios por parte de los activistas, el segundo de los modos en los que se redefine la mediatización, supone un cambio de concepción de los medios por parte de los movimientos sociales: pasarían de ser “enemigos” a “fuentes a las que influir”. Es decir, lejos de someterse a la lógica mediática, los actores políticos insurgentes plantearán un nuevo marco de relaciones con los medios que obligue a los periodistas a bailar a su ritmo, subvirtiendo así el modus operandi de los medios.
En casos como el 15-M, la subversión de la media logic se articuló en torno a tres dimensiones, según Casero-Ripollés. En primer lugar, a través de la despersonalización: ya no hay un único portavoz, los líderes no son claramente identificables desde el exterior. En segundo lugar, a través de una ruptura de las rutinas periodísticas, obligando a los reporteros a escuchar interminables asambleas ciudadanas o a peinar las redes sociales en busca de equivalentes a declaraciones. El culmen de la subversión vendría con el redireccionamiento del proverbial agenda-setting, que no situaría a los medios como definidores de la agenda de temas públicos, sino como receptores de una agenda cuyos temas se establecerían a través de la viralización en redes sociales de ‘trending topics’.
La redefinición del paradigma de la mediatización, impulsada por actores marginales, acabaría influyendo en los agentes institucionales, sugiere Casero-Ripollés. Los partidos políticos pasarían a ser organizaciones híbridas que adoptarían prácticas comunicativas propias de los movimientos sociales.
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